Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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D. Vico: De uno a los demás


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De uno a los demás

Diego Vico Cano (1)  

 

Finales de los 70. Han pasado un par de años de la muerte del caudillo Franco. Soy novato, estreno mi tarea de psiquiatra. Manicomio de Granada, uno de tantos.
Un habitante de la casa de los locos de Huelva, nos pide para un café. “¿Has visto cómo todos los manicomios son iguales, con los mismos locos?”  Me comenta un compañero.
Empiezan a proliferar ideas y noticias de cambios en las instituciones manicomiales, se trata de acabar con ellos, y se convocan reuniones trimestrales itinerantes entre los manicomios de Andalucía en busca de una puesta en común que acabará expresándose en la llamada “reforma”.
Los aires que anuncian cambio forman remolinos, reuniones: huele a grupo, el garabato de un grupo.
Quiero pertenecer a los buenos, a los de Pinel, liberador de locos encadenados.
En el Hospital Clínico Universitario hay un “pabellón de psiquiatría” adosado al Hospital General que tiene unas cuantas camas para pacientes agudos. Cuando alguno tiene conductas excesivamente disruptivas lo amenazan con su traslado al manicomio: aquí una muestra del  violento poder que los cuerdos les otorgamos a los locos, el nuestro más el de ellos.
Existe un deseo de libertad generalizado por todo el país que en el ámbito manicomial se expresa en: “los locos a la calle” y son ellos los forzosos invitados al festín para bailar con la más fea. Son personas adiestradas durante años para convivir en orden. En muchos casos, son literalmente echados a la calle, expulsados de su aldea, La Casa de los Locos, a donde años atrás también fueron invitados forzosos para que la sociedad se proteja de su potencial peligro. Los aires de libertad  los perturban, les va a caer encima, otra vez más, la administración de sus vidas no solicitada y van a soportar las modas de los modernos psiquiatras y de otros nuevos que llaman psicólogos para que estos profesionales vuelvan a sus casas contentos y cuenten por ahí que son libertadores.   Cada loco con su tema. Se promueve la integración del manicomio en su barrio como una vivienda más: no teman a estos vecinos. El Miraflores de Sevilla hace famoso su lema: “Salta la tapia”.
Alguna vez sale en el periódico el caso de un preso que no quiere salir. Ya no tiene vida en la sociedad de la que fue expulsado; su vida, su libertad, está encarcelada. Un emergente de la función rehabilitadora del encarcelamiento.
La mayoría de los pacientes me hacen sentir lo que en realidad soy, un joven intruso que amenaza desestabilizar su segura rutina y por ello me ignoran envolviéndose aún más en su actitud de erizo. Estas impenetrables personas de mirada torva me fascinan por la dificultad que entrañan en que me aparezcan fantasías sobre sus vidas antes de enfermar y sobre cómo se las arreglaron para encontrase en la situación actual. ¿Habían existido antes de vivir en el hospital? No todos son así, a otros les adivino con menor dificultad que eran personas y no tenían inconveniente en hablar conmigo de sus increíbles biografías construidas entre recuerdos normales y delirantes.
Paseando con curiosidad por los variados lugares del manicomio encuentras  múltiples oportunidades de conocer todo tipo de personas, vivientes alteraciones psicopatológicas y las más variadas actitudes adaptativas; ahora bien, todo repetido de un día para otro, un día es un calco del anterior, y el que saca los pies del tiesto corre el riesgo de ser expulsado y trasladado a la sala para agudos. Es igual al ingreso involuntario de hoy día. Las historias se repiten con tediosa monotonía que va minando mi interés hasta casi hacerlo desaparecer:

“...
                          Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic – tac, olvidado
por repetido, golpea.
Tic – tic, tic – tic… Ya te he oído.
Tic – tic, tic – tic… Siempre igual,
monótono y aburrido.
Tic – tic, tic – tic, el latido de un corazón de metal.
...”  (2)

El punto de vista psicoanalítico con su deriva hacia la comprensión de los grupos y sus aplicaciones: grupos psicoterapéuticos, trabajo en equipo, terapia institucional, la familia, etc., fueron los baluartes desde los que vislumbré el clarear, posibilidades de salir del tic - tic, tic – tic, en el que me encuentro atrapado con los pacientes. La institución manicomial cumple con tanto celo su doble función de proteger a los cuerdos de los locos y su humanitaria misión de apiadarse de los necesitados, que corremos el grave riesgo de quedar cronificados.
En la tarea asistencial, cada uno de los profesionales tiene su propia manera de interpretar los cambios que se avecinan. Hay noticias de acciones en otros manicomios y también palabras muy protagonistas. Una de ellas es equipo que en ese momento tiene sólo un sentido teórico literal sin representación mental: la palabra es anterior a la experiencia de su significado. Comienza en una reunión en clave de sesión clínica y relato de novedades. Ya es algo, un punto de partida para la posibilidad de llenarla de sentido mediante la elaboración de la experiencia vivida.
La palabra equipo da lugar a otra íntimamente ligada a ella: reunión. Ambas ponen sobre la mesa un compromiso, una manera de entender la tarea asistencial y su práctica, la diferenciación según funciones y roles y un lugar de pertenencia. De inmediato, el encuadre llama a la puerta: bienvenido señor provocador.  
Al principio, las diferenciaciones son básicas: los de agudos, los de crónicos de no se qué tipo, los de mujeres, los de hombres, etc., etc., pero pronto expresamos hacia fuera, y casi de  inmediato hacia dentro del equipo, ansiedades de confusión y de persecución. La diferencia formal entre quien es del equipo y quien no (aun no hay sentimiento de pertenencia) promueve una confusión intolerable que intentamos calmar mediante la búsqueda y control de agentes peligrosos y la escisión: malos los que no son del equipo, buenos los que son del equipo.
Pronto sucede igual entre los del equipo, los de dentro. Estos, en su tarea de ir diferenciando roles, funciones y cómo, por qué y para qué se instituyen bajo la palabra equipo a la que ahora han de llenar de vida y sentido, sufren la tensión de sentimientos enfrentados: se necesitan al mismo tiempo que se temen.

En general, confusión y persecución, si son momentos (es lo deseable, no estados) emocionales excesivamente intensos, promueven relaciones de objeto parciales con necesidades de idealización – desvalorización que  exigen a las reuniones una satisfacción total en virtud de atribuirles un poder idealmente eficaz para resolver los problemas, aquellos que nos motivaron a encontrar las palabras grupo – equipo, reunión, encuadre...
No es buena compañía la pareja idealización – desvalorización para nada en la vida, pero es propia de la naturaleza humana, hacen sentir su presencia cuando nos sentimos amenazadoramente indefensos. Sobran los dedos de una mano para contar el número de reuniones que hacen falta para que aparezcan tensiones entre subgrupos y se cierne el peligro de estallido: “esto no sirve para nada”, “... lo que hay que hacer es...”, cansados ya de luchar contra los malos de afuera, culpables por sus malintencionados errores. Nada se puede hacer. No se puede pensar más que en clave de idealización y la pareja sumisión-rebelión. Recuerdo estar atrapado en este desaliento repitiéndose un mismo problema una y otra vez en cada reunión: el uso de las estufas en el turno de noche. Si acaso se arreglaba ese problema concreto, aparecía otro de características similares. Incapaces de llevar al espacio mental la situación y construir metáforas que permitieran preguntarnos sobre nosotros, el personal comenzó a decir: “otra reunión? Si no se arregla nada, otra vez para lo mismo? Yo no voy”. Y así, cada uno escapó del dolor de la impotencia y se liquidaron las reuniones. Cada uno a lo suyo. Esa especie de individualidad nos evitaba el dolor de la impotencia que ponía de manifiesto la reunión.

El problema de enfrentar estas ansiedades básicas que surgen en la tarea de funcionar como equipo, sin poder pensar conduce al fracaso. El coordinador ha de promover que se vaya creando una forma de pensar compartida sobre el desarrollo de la personalidad, sobre la salud y la enfermedad mental, sobre el proceso terapéutico y sobre el sentido y manera de desarrollar unas prácticas realmente terapéuticas para el paciente. Indudablemente estoy hablando de un esquema de referencia del equipo producto de los complementos entre los esquemas referenciales individuales. Construir un esquema conceptual de referencia precisa estudio en experiencia vivida. El coordinador no es terapeuta del equipo pero sí puede tratar al equipo mediante el desarrollo de su tarea y puede ser una ayuda inestimable para que el personal motivado pueda aprender a pensar.
         
Han pasado diez años. Me siento en punto muerto, atrapado en una pobreza desoladora. No sé para qué sirve hablar con los enfermos; estoy aburrido de los delirios y de luchar contra hechos concretos. En ocasiones, empujada por la importancia, mi fantasía crea un lugar en donde tratar pacientes que lo elijan voluntariamente. Me parece una quimera.
Ya están vaciando la casa de locos. Para ello quedan allí unos cuantos profesionales, algunos han decidido no enfrentar el cambio y quedan voluntariamente en el manicomio. El resto, llenos de incertidumbre, nos vamos tras otra palabra de cambio: comunidad. Vamos de estreno: unos a inaugurar la Unidad de Agudos en el Hospital General (los locos dejan de estar marginados y comparten el hospital con los enfermos cuerdos), otros a crear los llamados Equipos Comunitarios de Salud Mental y a mí me invitan a poner en funcionamiento el Hospital de Día. El cambio ha comenzado y lo hace en el mejor de los sentidos; esto es, con medidas creativas, con buenas formas. No obstante, queda un emergente del manicomio: una veintena de locos no se pueden colocar fuera y se quedan a vivir en un pabellón adosado del manicomio en el que van crear la Unidad de Internamiento de Media Estancia para evitar cualquier alusión a Comunidad Terapéutica, nombre maldito sinónimo de lugar conflictivo por lo que cuentan en otras geografías más avanzadas que ya reformaron antes. Como me dijo Armando Bauleo tantas veces, el manicomio lo llevamos dentro cada uno y allá va con nosotros para activarse como respuesta en las situaciones más insospechadas.

El nuevo proyecto de Hospital de Día me angustia. Se ha hecho realidad lo que hace poco me parecían paraísos fantasiosos, desatinos originados por mi angustia ante el  repetitivo y monótono tic-tic, tic-tic, sin rumbo. Menos mal que pude tomar contacto con la temporalidad y la consiguiente frustración, eso me salvó de quedarme crónicamente enajenado. Convivir con pacientes graves a puertas abiertas, poner en marcha grupos terapéuticos, psicoterapia individual, etc, y formar un equipo realmente terapéutico, sin poder evacuar ataques al malo exterior. El coordinador soy yo. También terapeuta. Ya no hay lugar para la impostura sin angustia. Qué sufrimiento. ¿Y ahora qué, cómo y para qué hacer? ¿Cómo se convierte la fantasía en realidad? ¿Cómo se pasa de la palabra teórica a la palabra como instrumento, como conducta terapéutica?.

El responsable institucional del área de Salud Mental contrata a Emilio Irazábal que trae bajo el brazo a Pichón, Bleger, Bauleo (psiquiatras psicoterapeutas de manicomio) y muchos más, la Psicología Social... y un encuadre con la finalidad de crear un grupo de formación para los coordinadores de los nuevos dispositivos asistenciales con el fin de facilitarnos el paso del manicomio a la comunidad. La primera reunión causó tanta ansiedad que la mayoría se despidieron y quedamos unos pocos a los que se nos unieron, ante el escaso entusiasmo del proyecto, algunos profesionales interesados en la formación para trabajar en equipo y hacer grupos psicoterapéuticos. Lo mío era de   tratamiento, me quedé en el grupo y me tumbé en el diván. Estos son los momentos en que conozco a Armando Bauleo.  
A los pocos meses contratan a la psicóloga Lola Lorenzo, quién como Emilio, es discípula directa de Armando y que será mi íntima compañera en el desarrollo del proyecto asistencial del hospital de día y quien me presentará en vivo a Bauleo, dando lugar a una fructífera y cariñosa relación que se materializó en múltiples sesiones de supervisión y otros espacios formativos. 
La participación en el grupo de formación fue determinante.
¿Por qué? Porque nadie aprende por cabeza ajena. Sentí el gozoso descubrimiento de aprender a pensar. Podía pensar a campo abierto. Mi espacio mental se abrió permitiendo representaciones de las palabras, el tiempo se tornó dinámico y esperanzador. Esto me sucedió sin sentirme agente activo del cambio; como si fuera  efecto de algo ajeno a mí: tal vez cómo desarrolló la tarea del coordinador del grupo, el encuentro con los obstáculos para la elaboración de la teoría, la experiencia vivida en el aquí y ahora de la dinámica grupal... yo qué sé, será por todo. Después, en la angustiosa soledad tras la finalización del grupo, fui tomando conciencia de mi parte en el proceso, especialmente en los momentos en que sentía instalarse de nuevo la vieja actitud manicomial ante las dificultades desplazando la nueva dialéctica. El esquema de referencia sufre empujones en el momento más inesperado. Una vez más el recuerdo de Armando: el manicomio lo llevamos dentro, sobrevive en nosotros.

Las supervisiones con Armando son una locura. Entre otras cosas, gozamos de nuestra afinidad y gusto por los retos a los que nos enfrentan el trabajo con los locos. Le brillan los ojos cuando aparezco con el material del grupo psicoterapéutico, es la provocación que precisa para volar. Lo llevo bien organizado, lleno de hipótesis. Atado hasta el último cabo. En el fondo voy buscando su aprobación. El andamiaje que he construido apenas dura unas líneas de la vida del grupo. Coge la cuartilla, el bolígrafo, hace garabatos, se pasa el pulgar por el labio inferior y de repente: “quieto, quieto... para, para”, me solicita unas pocas aclaraciones: “¿y cómo es esto? ¿y cómo respondieron a lo que les dijiste? ¿y quién respondió?”, asegura su hipótesis y me la larga desmontándome la sesión. Me quedo confundido, se deja sorprender por cualquier cosa, lo que eran conductas rutinarias toman una nueva significación que las enriquece, lo que yo señalo por significativo adquiere una nueva significación al emerger nuevas finalidades ocultas en lo trivial y rutinario. Esto, en general, aparece cuando se ataca al encuadre. Armando las intuye escondidas en las más anodinas conductas.
A veces, me propone intervenciones que siento de alto riesgo. Me da la impresión de que no se ha enterado bien (como yo deseo que se entere) del problema que le llevo (él ve ese y me crea unos pocos más) y salgo de la supervisión peor que entré, enfadado conmigo, con él, con el grupo, con el loco, eufórico, angustioso, deprimido, confundido, paranoico... nunca indiferente.     
Harto de que me reviente mis organizadas hipótesis de las sesiones, decido no llevar ningún material concreto, voy sin nada conscientemente preconcebido y dispuesto a abordar el asunto que dispare nuestro encuentro. Esto nos hacía viajar en el tiempo y recorrer diversos lugares en una carretera (para colmo también le gustan los Ferrari) que conducía de lo singular a lo plural, de lo uno a lo múltiple, de lo individual a lo grupal.

Ya han pasado treinta y un años desde aquellos tiempos de la llamada reforma.
¿Hay ahora proyectos de reforma? Y de haberlos, ¿cuáles son? ¿apuntan al control paranoico o a la ansiedad depresiva? ¿cierran o abren? Dentro del Programa de Salud Mental del Servicio de Salud Mental, en el apartado del Trastorno Mental Grave, no recuerdo que existan recomendaciones sobre el uso de la psicoterapia dinámica de grupo, sí se recomiendan actividades en grupo para instruir y corregir, me parece que pronto, si no es ya, los pacientes enfrentarán sus obstáculos con un manual de instrucciones, también se utiliza sistemáticamente la palabra equipo.
De nuevo, las mismas palabras que hicimos fundamentales para nosotros ahora están disponibles para un nuevo significado. ¿Quiénes se harán cargo de ellas? ¿Cómo y para qué las utilizarán?

Armando, cuando me aparecen obstáculos viene en mi ayuda el momento de la próxima supervisión, nuestro próximo encuentro. Mientras tanto te doy las gracias en nombre de las múltiples personas para las que soy muy útil y también de la propia tarea psicoterapéutica que, en momentos de desaliento, me parece inútil. Me ayudas a arreglar un buen puñado de vidas.

Nadie es uno, ni siquiera como fantasía. Sencillamente, no es posible no pertenecer a la naturaleza. La diferencia con los demás organismos tal vez sea que los humanos podemos tener conciencia de ello. Los demás están en uno, forman parte de uno y no precisamente como si nada. Ni siquiera Bartleby el escribiente (3) que, después de todo, decía: “preferiría no hacerlo”.  

                                     

(1) Psiquiatra en el Hospital de Día de Salud Mental de Granada.
Miembro de la Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

(2) Poema de un día. Machado, A.

(3) Melville, H.


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