Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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A. Rodríguez: Una fobia muy particular: la xenofobia


Dr. Angel Rodriguez Kauth

Una fobia muy particular: la xenofobia

 

Las fobias han sido definidas -tanto desde la psicología como desde la psiquiatría- como una suerte de temor respecto de "algo", la cual se acompaña de una fuerte condición de irracionalidad y que a la vez son temporalmente persistentes y recurrentes; estos temores se encuentran inspirados por la presencia de un objeto, o de un espacio físico predeterminado, o -dicho con un mayor nivel de generalidad- por algunas características especiales que son típicas de aquellos objetos o lugares en cuestión, que provocan las reacciones fóbicas de los pacientes.

El vocablo fobia, que se puede usar tanto en su condición de sustantivo como en la de un sufijo, el mismo lleva consigo una idea -quizás sea mejor, a los fines de su interpretación, llamarlo sentimiento o cualidad emocional- de aversión, espanto, rechazo o repulsa por aquello de lo cual el individuo que la padece cree que es peligroso, o que puede llegar a significar un peligro para el que la padece. En medicina y psiquiatría se asocia el término fobia, tanto al nombre del objeto temido, como asimismo se lo hace respecto a un sinónimo generalmente derivado del griego antiguo; así, por ejemplo, el temor -la fobia- a salir por las calles se denomina también agorafobia. Las fobias no son una sintomatología novedosa en la expresión de las patologías individuales, a las mismas se las reconocen desde la antigüedad clásica a punto tal que en la propia mitología griega existía la divinización de Fobos , al cual los guerreros helénicos honraban con su pleitesía antes de la instancia misma de entrar en combate con sus enemigos; esta era una práctica ritual que les servía, les era de utilidad, como una forma de evitar la temible cobardía -que parece haber estado siempre presente en los soldados- de huir llegada la hora del enfrentamiento con los adversario en el campo de batalla.

En puridad del lenguaje psicológico, la xenofobia -que aquí nos ocupa y preocupa- no ha sido reconocida de manera específica, como tal, por los tratadistas de los temas psiquiátricos, esto es, desde las vertientes ofrecidas por el psicoanálisis (Laplanche y Pontalis, 1968; Kaufmann, 1993; Roudinesco y Plon, 1997), quienes no la reconocen con ese nombre ni algo parecido. Inclusive, el propio Freud en ninguno de su vastísimo repertorio bibliográfico hace referencia alguna al vocablo que aquí nos convoca . Tampoco J. Lacan -discípulo, en tiempos posteriores, de Freud y que dio origen a la llamada Escuela Francesa- hace cita alguna al respecto, según el recorrido de búsqueda de términos que hiciéramos en la versión cibernética de sus Seminarios. Curiosamente, los psicólogos y psiquiatras que trabajan en la línea cognitivo-comportamental tampoco reconocen a la xenofobia en ninguna parte de ése largo y extenuante catálogo de enfermedades que es el DSM-IV, ni siquiera en el capítulo referido a las fobias "sociales".

Sin embargo, Freud sin nombrar explícitamente a la xenofobia reconoce la existencia de una sentimiento antisemita (Freud, 1938), cuando ya anciano y aludiendo a una presunta falta de memoria, según él mismo lo señala en el penúltimo párrafo del escrito y lo corrobora su comentarista J. Strachey, pone en boca de un no judío su pensamiento respecto al antisemitismo de la época. En dos breves páginas, Freud se ocupa en destacar que las protestas contra tales episodios brutales que estaban ocurriendo en el Continente -y también crecían en Inglaterra dónde había viajado a instalarse en búsqueda de refugio- provenían tanto de sectores laicos como eclesiásticos, para lo cual hace notar que "... y aun su Santidad elevó su voz". Merced a un giro verbal del locutor, hace la alabanza de las personas judías y, asimismo, de la religión cristiana, quizás esto último un tanto irónicamente. Pero dónde se equivoca Freud de manera flagrante -tal como lo hiciera en 1914 cuando intentó dar una explicación plausible de la Primera Guerra Mundial  es cuando intenta exculpar al Papa de entonces, Pío XII. Es harta conocida por los historiadores la posición favorable al fascismo y al nazismo del Papa que fuera ordenado como tal cuando todavía era Monseñor Pacelli, el mismo que firmó y acordó las bases negociadoras que condujeron al Concordato entre el Vaticano y el Tercer Reich, en 1933, en una suerte de quid pro quo, por el cual no me molestas y yo no te molesto. Al respecto y como muestra transcribiré el borrador de una carta que el Papa -a cuatro días de haber sido proclamado y sin haber aún asumido los atributos pontificios- pretendía enviarle a Hitler, cosa que finalmente ocurrió luego de una larga discusión con cuatro obispos de habla germana, en la que decía lo siguiente: "Al ilustre Herr Adolf Hitler, Führer y Canciller del Reich alemán: al comienzo de Nuestro Pontificado deseamos asegurarle que seguimos comprometidos con el bienestar espiritual del pueblo alemán confiado a su liderazgo. [...] Durante los muchos años que vivimos en Alemania, hicimos cuanto estaba en Nuestra mano por establecer relaciones armoniosas entre la Iglesia y el Estado. Ahora que las responsabilidades de Nuestra función pastoral han aumentado Nuestras oportunidades rezamos mucho más ardientemente por el logro de ese objetivo. ¡Que la prosperidad del pueblo alemán y sus progresos en todos los terrenos llegue, con la ayuda de Dios, a colmarse!" . Obsérvense los términos laudatorios utilizados por el nuevo Papa, que la diplomacia no exige cuando no se tiene intención de mantener cordiales relaciones con quien reciba las misivas. Esto Freud no lo podía ignorar, como tampoco las salutaciones que en todos sus cumpleaños -el 20 de abril- recibía el Papa del dictador y que tomaban estado público a través de la prensa.

Pío XII fue el mismo Papa -que Freud no llegaría a conocer por su fallecimiento- que posteriormente facilitó las vías de escape diplomático de criminales de guerra y genocidas nazis alemanes hacia países occidentales -con la colaboración, en muchos casos, de los servicios se inteligencia  británicos, franceses y norteamericanos; el mismo que generó el camino de huida de los nazis croatas -los oustachis- en dirección a la América del Sur, dónde fueron recibidos con los brazos abiertos -más de veinte mil de ellos- principalmente por el gobierno de Perón. Tampoco se podía olvidar -para nadie que estuviera medianamente informado- que, previamente, en 1933, el doctor Müller, fue nombrado por Hitler como obispo luterano del Reich, y jefe del movimiento confesional prusiano. Es decir, también la iglesia luterana había sido metida en la misma bolsa corrupta por las estrategias políticas del nazismo, cosa que Freud no podía ignorar y que provocó que también desde el lado de la Iglesia no católica, pero sí cristiana, de Alemania, sus prelados y principales dirigentes laicos hubiesen claudicado ante las demandas del dictador.

Retomando el vocablo que aquí nos interesa, no puedo dejar de destacar, como una curiosidad interesante de ser marcada, que la palabra en cuestión suele figurar en los diccionarios y tratados de ciencias sociales, como así también en los jurídicos, como por ejemplo en S. Giner (1998) y M. Ossorio (1992); este último la define como "Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros. Tal aversión es muy propia de aquellos países que hacen alarde de un nacionalismo extremado, aún cuando, en el fondo, no represente otra cosa que un sentimiento de inferioridad". Como se puede observar de esta sintética definición, un jurista se atreve a hacer una interpretación psicológica del fenómeno de la xenofobia -con remembranzas adlerianas-, el cual pareciera no estar muy alejado -posiblemente- de la realidad.

Se podría argumentar que la falta de reconocimiento de esta gnoseología obedece a la falta de demanda por parte de los pacientes  para curarse de tal enfermedad. Lo cual no podría aparecer como disparatado si no fuera que nadie concurre a un sociólogo o a un abogado para que le solucione sus problemas de xenofobia que lo aquejan y, sin embargo, estos la reconocen como una grave patología social o comunitaria.

Sin embargo, el vocablo que ahora ocupa nuestra atención comparte -en su condición de prefijo- con las fobias que han sido tradicionalmente descriptas, la característica común de funcionar como repulsiones, rechazos e inhibiciones ante los objetos que la producen. Este es el caso del mecanismo utilizado por la xenofobia, por el cual los sujetos pacientes de tal situación patológica procuran rehuir la ansiedad que les produce la proximidad o cercanía -generalmente en la realidad, aunque a veces puede ser fantaseada- con respecto al objeto-sujeto que funciona, simultáneamente, como odiado y temido, de rechazo, de fuga (Bion, 1963) o de huida y que aparece en el caso particular de la xenofobia -que normalmente no tiene presencia en las otras manifestaciones fóbicas- como el de una lucha encarnizada por destruir al mismo.

La instalación de la lucha -como expresión de ataque- en dirección a la destrucción del objeto provocador de la fobia es una característica particular de la xenofobia, aunque no necesariamente en todas las conductas de los xenófobos es posible encontrar el sentido de la lucha, ésta sería solamente la manifestación externa violenta con que se expresan algunos grupos xenófobos . Debe considerarse que también la reacción xenófoba puede ser de escape en lugar de lucha, cómo sucede cuando una persona, o grupo de personas, venden sus propiedades habitacionales porque el barrio en cuestión se está poblando de habitantes judíos, o de negros; este fenómeno se ha podido observar -sobre todo- en los Estados Unidos, dónde el habitante prefiere hacer una mala venta -en términos económicos- y no continuar viviendo en cercanías de personas que a él le resultan desagradables.

También es conveniente recordar que cuando -en párrafos anteriores- evocamos al dios griego Fobos como uno de los orígenes etimológicos de las fobias, era para señalar que éste convocaba a los combatientes prestos a entrar en batalla para evitar la vergüenza y el deshonor de la huida ante el adversario en la lucha, con lo cual la xenofobia entraría dentro del capítulo de las fobias.

Me voy a permitir solicitar disculpas al lector por atreverme a poner un poco de tono irónico -casi de tenor sarcástico- en el desarrollo de este tema tan espinoso y que sin dudas puede herir la sensibilidad de más de uno por sus propias experiencias o la de familiares y/o amigos, ya que, como bien se sabe, toda ironía tiene en la base una buena cuota de humor y, que en este caso particular de la xenofobia, entiendo que el mismo está muy cercano a estar teñido de una cierta tonalidad negra . Se trata de que, si bien es cierto, como ya lo señalara en párrafos anteriores, la xenofobia no es una entidad gnoseológica reconocida -ni por la psiquiatría ni la psicología- como un síndrome psicopatológico especial que mereciera tratamiento intelectual por parte de los psicólogos clínicos. Sin embargo, también es cierto que en la literatura especializada sobre las fobias ocupa un lugar destacado y merece una especial y particular atención el fenómeno de las "zoofobias". Por consiguiente entiendo que, o bien los tratadistas mencionados obviaron hacer mención de la xenofobia porque -discretamente- la incluyeron en esta segunda consideración, o bien es posible interpretar a la xenofobia a la luz de los hallazgos científicos hechos sobre la zoofobia; ya que, en definitiva, las dos patologías hacen referencia a temores eminentemente irracionales acerca de seres que la biología se ha encargado de incluir dentro del ámbito del reino animal, es decir, los humanos pueden ser tratados como los animales. Cosa que también es un disparate, ya que nada justifica el maltrato para con los animales, aunque pertenezcan a nuestro mismo "reino". Como aval de lo que sostengo acerca de la relación casi sinonímica de hombre = animal, se puede recordar una antigua película de la propaganda del nazismo y que encargara su filmación el Ministro de Propaganda del Tercer Reich, el recordado P. J. Goebbels, en la cual se veían escenas de personas -todas ellas caracterizadas con el estigma que les dibujaban los nazis a los judíos como prototipos fisiognómicos de ellos- e, inmediatamente, aparecen escenas de miles de ratas -o de ratones- corriendo y escapando por sumideros cloacales. Estas escenas fílmicas de propaganda antijudía pueden ser leídas como una especial forma de desplazamiento del asco que normalmente a todos nos provocan aquellos roedores, disparado en dirección hacia los judíos que -para el caso de la percepción de los nazis- eran un sinónimo de ratas.

De tal modo -y aunque parezca paradójico- el nazismo ha dejado un valioso aporte a la cultura universal acerca de cómo la misma puede ser prostituida y degrada, a la par que al conocimiento psicológico en particular le dejó una valiosa enseñanza -ya no metafórica-, cual es el hecho de que cualquier desviación, perversión o deformación psicológica que ocurra en un individuo, puede ser -probabilísticamente- posible de suceder en otro o en otros seres humanos, hasta alcanzar niveles de complejidad tal como son las naciones y los Estados cuando en ellos se ha instalado el autoritarismo merced a la pérdida de los valores críticos de la racionalidad.

Asimismo, no estaría de más tener en cuenta que para los xenófobos -que existir no quepan dudas de que existen, pese a que sean ignorados por los grandes tratadistas-, los extranjeros, las personas extrañas al endogrupo, son situados en una posición social relativa de inferioridad a la de los propios animales de zoológico. Y esto que vengo de sostener no es solamente un tropos irónico -leído desde la lingüística-, debe recordarse que las zoofobias infantiles, están caracterizadas por tener bastantes semejanzas con los temores irracionales que presentan los miembros de algunas tribus primitivas estudiados por los antropólogos en el Pacífico Sur. Dichas tribus se distinguen por una relativa -y a veces muy marcada- confusión entre la figura con que representan a los hombres y a la representación de los animales. Esto es plausible de ser observado en las representaciones de las imágenes de lo que se conoce como arte rupestre, como así también en las prácticas de los cultos totémicos que muchas de aquellas tribus, aún realizan en sus celebraciones. Es decir, el uso de la ironía no fue mera casualidad, quienes se movilizan en función de reacciones xenófobas, es decir, con reacciones violentas y de desprecio por los extraños, bien pueden ser considerados como individuos salvajes y primitivos.

Retomando el tema de las fobias, se debe anticipar que intentar calificar un estado de ánimo como de "racional" o "irracional" no es otra cosa que apelar al sentido común, al de la vulgaridad, para explicarlo. Si algo o alguien provoca miedo, temor, angustia o ansiedad a un protagonista es preciso bucear en las profundidades de porqué razón -o razones- esta situación en particular produce tal sintomatología atípica en el resto de sus congéneres. Asimismo, el objeto -sujeto para el caso de la xenofobia- que suscita tales reacciones debe ser algo lo suficientemente cercano al xenófobo como para tener la oportunidad de conocerlo "en vivo y en directo", a la vez que debe guardar una distancia lo suficientemente amplia y óptima como para no hacer imposible la vida de quien padece tal trastorno. Al respecto, solamente la agorafobia y la claustrofobia son patologías que impiden llevar adelante una vida relativamente normal, mientras que la zoofobia -pese a los casos relatados por Freud, como el del pequeño Juan y los analizaron sus continuadores- solo impiden algunos desplazamientos físicos ya que, en realidad, son síntomas de algo más peligroso que el individuo está sufriendo.

En realidad, es coherente y consistente que la psiquiatría no considere a la xenofobia como una enfermedad, ya que tradicionalmente se describe al fóbico como a un sujeto que no carece de las facultades cognoscentes de discernimiento, a la vez que puede reconocer intelectualmente -por lo general- que aquel objeto que le infunde temores -a veces hasta puede llegar a situaciones de pánico- no debiera causarle daño alguno y, en consecuencia, no tiene porqué provocarle una ansiedad de tal intensidad como la que él padece. Sin embargo, el xenófobo ni se avergüenza -ante sí mismo ni ante los demás- por la irracionalidad de sus temores, ni siquiera se toma el trabajo de considerarlos irracionales -a la par que jamas aceptaría tal proposición-, ya que -efectivamente- él ha tenido la oportunidad de aprender -desde las mismas entrañas de la doctrina racista  ya que para aquella ideología los extraños, los extranjeros, son personas "realmente" peligrosas para la continuidad de la vida del xenófobo.

Y no fue un hecho casual que durante la vigencia del nazismo de Estado se insistiera recurrentemente en la educación ideológica partidaria en general y con particular énfasis en la formación antijudía, tanto de los jóvenes como de los niños alemanes. Ocurre que es durante la primera infancia cuando la función de la racionalidad cumple un papel limitado y, los temores que surgen en ese estadio de la vida, por lo general, no son racionales para la lógica popular del sentido común. Los niños -y también los jóvenes- suelen ser criaturas muy inseguras que reclaman constantemente la protección de los adultos y, para eso, para protegerlos, estaba Adolfo Hitler, quien aparecía como la figura paternal por excelencia que se hacía cargo del cuidado de estos infantes ante el peligro que representaban los judíos para la pureza aria, ya que en toda la maldad con que se los representaba tanto en las imágenes gráficas como en las arengas orales, en cualquier momento y lugar algún judío se los podían llegar a comer crudos. Pero eso lo evitaría el cuidador, guardián y salvador de la nueva nación alemana.

Otra razón que justifica la tradicional no inclusión de la xenofobia en el vasto capítulo de las fobias es posible encontrarla en la propia etimología del vocablo fobia, el cual en idioma griego antiguo -homérico- significaba algo así como "tengo miedo", o "me dispongo a huir"; cosa esta última que no ocurre con los xenófobos, que están inmersos en un miedo irracional -aunque no lo reconozcan explícitamente- pero que el mismo no dispone hacia la huida, en dirección a la fuga, sino que prepara -predispone- al organismo para la lucha contra el supuesto enemigo, sea éste potencial o real. Es decir, la fobia -en sus expresiones típicas- es sinónimo de huida, de evitación, de alejamiento, mientras que en la xenofobia como testimonio reactivo se convierte en sinónimo de acercamiento hacia el objeto temido, aunque con el objetivo final de destruir al objeto pretendidamente dañino. Mientras que en la claustrofobia -por tomar una manifestación fóbica al azar, aunque la analogía bien puede valer para cualquier otra fobia, incluyendo a las zoofobias- el paciente nunca ha de intentar la destrucción del espacio exterior que lo aterroriza; en la manifestación activa, violenta de la xenofobia, el paciente xenófobo avanza y ataca hasta la destrucción a aquello que considera el objeto (sujeto) de sus angustias y malestares, como así también el responsable del malestar de aquellos que son sus "iguales". Sí, en cambio, debe tenerse en cuenta que la descripción de la xenofobia, como acontece con el resto de las patologías encapsuladas como fobias, no son propiedad exclusiva de los sujetos con caracteres de tipo obsesivos, sino que también se pueden presentar en personas con las más diversas conformaciones particulares de su estructura de personalidad.

Todo esto -y algo más- es útil para explicar -en parte, no de una manera totalizadora- las causas de la extensión y expansión que ha tenido el fenómeno de la xenofobia y de los episodios xenófobos, no solamente durante la época de la Alemania hitleriana de los nazis (Goldhagen, 1997), sino que lo ha venido haciendo en prácticamente todo el mundo; aunque esto haya sucedido con manifestaciones menos extremosas en magnitud de la cantidad de muertos, secuestrados y torturados o, simplemente, haya aparecido como síntomas exquisitos de algunos personajes delirantes que galopan enancados sobre sus delirios megalómanos -al igual que una figura quijotesca- pero a quiénes no los siguen, políticamente hablando, ni los miembros de su propia familia.

Antes de finalizar con este capítulo, cabe responder a un pregunta que se ya a estas alturas se habrá hecho el lector. ¿Porqué razón hablar de miedo y xenofobia en el título?. ¿Acaso no es que los xenófobos no temen -y no por haber invocado la protección de Fobos- ya que se sienten superiores a los despreciables sujetos sobre los que descargan su ira?. No, no es verdad, los pacientes de xenofobia no son heroicos, temen y mucho. No solamente están invadidos de miedos inconscientes, a los que desplazan y niegan reiteradamente hasta llegar a la psicótica renegación, sino que también tienen temores del enemigo. Los ataques racistas contra las minorías despreciables no se realizan como actos individuales, siempre son hechos colectivos en los que un grupo, una patota de "valientes", facilita la actuación individual en tanto y cuanto le ofrece a cada uno de sus miembros la complicidad del anonimato -delito en banda o de muchedumbre- a la par que carga de valor a cada uno de los actores; se trata de una suerte de "contagio" grupal que libera los temores internos para envalentonarse contra el débil enemigo que, casi nunca, está avisado de que va a ser objeto de un ataque artero. A esto debe sumarse que los ataques contra minorías étnicas o culturales normalmente se efectúan en horas de la noche, al amparo de la siniestra oscuridad que se convierte en un cómplice pasivo e involuntario de la acción salvaje.
 

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Ángel Rodríguez es Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de san Luis, Argentina.


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