Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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L. Boscolo: Del síntoma individual al emergente familiar


 DEL SÍNTOMA INDIVIDUAL AL EMERGENTE FAMILIAR


Loredana Boscolo 

 

Presentaremos algunos pasajes significativos de un trabajo de psicoterapia de grupo familiar realizada en un servicio de neuropsiquiatría infantil de una unidad Sanitaria del Veneto (Italia).
 La clínica Pediátrica de Padua nos envió el niño para una consulta neuropsiquiátrica por retraso del lenguaje y trastornos del comportamiento.
 De los exámenes neuropsiquiátricos y de las observaciones logopédicas, emerge un cuadro clínico de " Disarmonía evolutiva de base afectivo relacional ". El control neurológico y la valoración audiométrica eran negativos.
 Iniciamos las entrevistas psicológicas ya que la situación se presentaba violenta, con continuas peleas de la pareja sobre la incapacidad de atender a Marco y al hermano y sobre la organización de las tareas domésticas. Además, Marco todavía no había conseguido el control de esfínteres y dormía con la madre ocupando el lugar del padre. El padre, a su vez, dormía en la cama de Marco.
 El núcleo familiar está compuesto por el padre de 28 años, que es electricista, la madre de 28 años, ama de casa. Francesco de 5 años, que cursa el último año de educación infantil y, finalmente, Marco, de 3 años, que comienza la educación infantil con grandes dificultades de adaptación, tantas, que las maestras pidieron la colaboración de un apoyo escolar.
 Ya desde la primera entrevista familiar aparecía no sólo el grave retraso de lenguaje de Marco, más ausente, sino también que el otro hijo, Francesco, tenía serios problemas de alimentación. Además, nos informaron de un acontecimiento que podría ser la causa del retraso de lenguaje de Marco: el padre sufrió un grave accidente de tráfico (Marco tenía 4 meses) por el que estuvo ingresado muchos meses en un hospital. Sufrió, además, una operación de cirugía maxilo-facial que le impidió hablar por mucho tiempo, comunicándose con la esposa con lápiz y papel. Por este motivo la señora había dejado de amamantar a Marco diciéndonos "haberle retirado el pecho con violencia".
 Presentaban una rutina familiar muy particular; la señora  que es además  muy ansiosa, tenía dificultades para despertarse por la mañana a las ocho, es decir, a tiempo para llevar los niños a la escuela, lavarlos y prepararles el desayuno.
 Pensamos que no se trataba de comprender el retraso de lenguaje como un síntoma individual y aislado del contexto familiar, sino que debíamos comprender el cuadro psicológico grupal de la familia, ¿qué estaba sucediendo a los miembros de la familia? ¿Por qué toda esta violencia de llegar incluso a las manos? ¿Qué quería decir Marco con su mutismo? O sea, ¿qué es lo que no se podía comunicar?.
 Debíamos encuadrar la situación al interno de un dispositivo de grupo y observar y comprender el funcionamiento y el no-funcionamiento de las relaciones familiares y cómo entre ellos se hablan y no se hablan, qué es lo que impedía hablar a Marco y comer a Francesco.
En nuestro esquema de referencia no identificamos la enfermedad o una cierta sintomatología con el individuo, sino que ésta tiene una articulación y una organización que la "sobredetermina" y que hay que descubrir en la historia y en las vicisitudes de los vínculos familiares.
En el prefacio de la edición italiana de "Simbiosis y Ambigüedad" de J. Bleger, A. Bauleo se detiene en el pasaje en el cual J. Bleger dice: no es exacto afirmar que los primeros estadios de la vida del ser humano estén caracterizados por el aislamiento a partir del cual el sujeto entraría gradualmente en relación con otros seres humanos. Esta afirmación representa la quintaesencia del individualismo trasladada al campo científico. A. Bauleo dice que tal posición de J. Bleger nos permite no sólo estudiar desde un ángulo diferente el proceso de desarrollo del sujeto y la evolución de la patología, sino también privar de  fundamento a la ecuación enfermo=enfermedad. Infringir la noción de "aislamiento inicial" nos permitirá considerar al paciente como el emergente de una estructura más amplia.
 La Concepción Operativa de Grupo, según la cual el paciente es emergente del grupo familiar, nos da una óptica y una visión más amplia de la encrucijada entre la verticalidad del paciente, o sea, su individualidad (comprendida como historia personal) y la horizontalidad del grupo familiar (la historia, los mitos, los secretos, los fantasmas inconscientes grupales, las complicidades).
 Nuestra hipótesis inicial era que el retraso de lenguaje, en este caso casi ausencia total de palabras con preponderancia del lenguaje gestual, y la falta de control de esfínteres eran una manifestación producto de una situación familiar, en la cual los roles estaban indiferenciados y la función paterna-materna no existía.
 Al inicio de las entrevistas pudimos observar que los padres eran "caricaturas", apareciéndonos la familia formada por niños ruidosos e incontinentes.
 Habíamos pensado insertar una unidad de espacio y de tiempo formulando un contrato terapéutico con la familia.
 Para observar un grupo familiar es indispensable encuadrar la situación en primer lugar al interno de un SETTING, o sea establecer una dimensión espacio-tiempo para poder iniciar un proceso.
 Sabemos bien que cuando queremos observar cómo funcionan las relaciones, los afectos, las fantasías, no hay sólo un lado evidente, por ejemplo la organización de los quehaceres domésticos, hay también una dimensión latente.
Debemos observar las formas a través de las cuales las representaciones internas de cada individuo van a establecer una red imaginaria grupal; imágenes y fantasmas que cada uno tiene de sí mismo en relación con los otros, diferentes proyecciones e identificaciones: aquellos que S. Freud llama “la novela familiar”.
 Cuando observamos las relaciones o la comunicación familiar tenemos siempre presente un esquema de referencia mínima triangular, o sea, observamos al interno de estas tres funciones: COORDINADOR-GRUPO-TAREA. Este es el esquema base en el que nosotros ubicamos los trastornos y las disfunciones familiares, en el cual el paciente es el emergente del grupo familiar, es decir, el que señala a través de su sintomatología una situación familiar no clara, un significado que debe ser descubierto y comprendido en el proceso y en la estructura misma de la familia.
 Presentaremos los pasajes más significativos de algunas entrevistas. Observamos que la comunicación entre los miembros de la familia es muy distorsionada, hay ruidos, no se hablan, gritan, no se comprenden.
 El primer emergente es Marco que llama madre indicando al padre. La señora dice que Marco llama a todos madre, hasta su tía materna para él es la madre.
 Esto ya nos muestra una indiferenciación de roles. No hay ninguna conexión entre un miembro y otro. Cada uno es conectado con el propio objeto interno.
La comunicación es fragmentaria y los vínculos son no-vínculos (o sea no están discriminados entre ellos).
 Emergía una idea de roles y de funciones que no correspondía: él quería una mujer “ama de casa” que lo esperase para comer y cenar y que se ocupara de los quehaceres de la casa, una idea de mujer como prolongación de la madre.
 La idea de ella es que el matrimonio le permitió abandonar la familia de origen, donde ocupaba el rol de la madre con problemas psiquiátricos, ocupándose de la misma y de los hermanos (es la última de seis hijos).
 El matrimonio lo querían ambos por un  “fuerte deseo” de “salir” de las familias de origen. El marido es el menor de dos hijos, desciende de una familia rural de extracción acomodada que, por lo que refiere, siempre le ha infravalorado, especialmente la madre: “no eres capaz de hacer nada solo”.
 Emerge que el hijo que no habla ocupa el rol del “niño rechazado”, de las fantasías de traición por parte de la esposa, tan es así que el marido llega a decir: “no es mi hijo porque fallan las cuentas”.
 Nos parecía que Marco, a través de su mutismo, nos señalaba una situación altamente indiscriminada en sus vínculos y con grandes incomprensiones en la comunicación: presenta las cosas poco claras, fantasías no comunicadas graves y pesadas, que se insinúan como secretas, mucha rabia y unos celos inmensos.
 Marco parecía ocupar el rol del hijo no reconocido y era el depositario de las tensiones y conflictos no declarados. El mismo desconocimiento depositado en Marco aparecía igualmente y al mismo tiempo como un desconocimiento de los miembros de la familia.
 El ruido cubría cualquier palabra, no se entendían ni siquiera cuáles eran las necesidades mínimas de cada uno de ellos. Enseguida aparecían mecanismos violentos de rabia y de celos, bastaba cualquier mecanismo que los pusiera en comunicación, referidos tanto a la pareja como a los niños que a continuación  todos se agitaban.
 Todo esto se hace explícito en una sesión en la que observamos que los niños  juegan cada uno por su lado, solitarios, y los padres también cada uno por su cuenta, pero en el momento en que los niños se tocaban o los juguetes chocaban entre sí  reaccionaban con violencia, dándose puntapiés, gritando y llorando y, por otro lado, los padres seguían incapaces de poner límites y controlar a los niños. En ese preciso momento los niños pedían ir a hacer pipí.
 Con la fractura del SETTING queda establecida la incontinencia de todos los miembros, entendida como incapacidad de poner un límite e incapacidad de comprender cuándo el juego se vuelve peligroso.
 Observamos, sobre todo en otro encuentro, a través del juego, algunas modificaciones tanto en las relaciones como en las comunicaciones: el juego que antes era solitario y violento, es ahora un jugar juntos, un “dar y recibir” que da mayor fluidez a la comunicación. Un ponerse en contacto entre ellos acercándose también físicamente sin rabia ni violencia, pudiendo expresar mejor los celos con  palabras y  poniendo límites al juego cuando este se vuelve violento.
 Pero en el momento en el que parecía que los miembros de la familia  se percibían y se escuchaban más, especialmente en lo referido a las necesidades de cada uno, lentamente se comenzaba a llamar las cosas por su nombre, así como Marco empezaba a nombrar los objetos y a construir frases cortas, justo cuando el espacio de intercambio parecía que se había “abierto”, iniciaron los ataques más fuertes al SETTING.
 Olvidaban las citas, llegaban con retraso, además una vez llegó sólo la madre con Marco, justificando al marido que “no puede perder horas de trabajo” y a Francesco que “no puede faltar tanto a la escuela”. Nos comunicaba que ya “todo iba bien”: hace quince días que Marco duerme solo y ésta era la última cosa que quedaba pendiente.
 De nuevo todo  era depositado en Marco, se hablaba casi de mejorías. Pero ¿de qué mejorías se estaba hablando?, para ocultar ¿qué cosa? Ya que en realidad una parte del grupo quedaba afuera.
 Y en este punto la situación grupal que se nos presentaba era el máximo de la resistencia al cambio.
 Advertíamos que nos comunicaban las mejorías de Marco, importante si, pero como situación de defensa, que algo o alguien debía salir. Así como era difícil articular los afectos con las palabras y las palabras con los afectos: UN PROCESO DE CAMBIOS CORRÍA EL RIESGO DE SER CORTADO VELOZMENTE Y “EVACUADO” (a veces los niños piden salir para hacer caca).
  En efecto, en la entrevista siguiente, con todos los miembros presentes y dominando  una situación de ansiedad confusional, vuelven a ser como niños ruidosos e incontinentes.
 Sin embargo esta vez está claro que a los niños se les usa para reír, son “los payasitos juguetones”, y para no hablar parecía que nadie podía poner orden, porque todo era funcional para no permitir que emergiera el conflicto de pareja y sus responsabilidades recíprocas en la función de padres.
 Marco era utilizado para acallar todas las otras situaciones, fuente de malentendidos y de rabia.
 Cuando el trabajo terapéutico grupal se desarrolla con familias donde hay niños pequeños como en nuestro caso, el trabajo es muy complejo porque es fácil quedarse “capturado dentro” del mecanismo de resistencia o de complicidad en el cual permanentemente se intenta desconectar al pequeño paciente del contexto familiar, es decir: perder la distancia y la tarea terapéutica.
 El proceso de elaboración y de discriminación de las funciones no es solo un recorrido que contratransferencialmente recorren los terapeutas: en una tensión continua entre grupo interno y grupo externo, necesaria  para no ser capturados por los estereotipos y por las resistencias a los cambios.
 Un momento importante es seguramente el “espacio de la supervisión” para reajustar la distancia con relación al vínculo grupo-tarea, dando un giro nuevo de espiral a las recíprocas representaciones internas familiares.


Loredana Boscolo es psicóloga. Venezia. Italia.


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