Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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M. Baz: La intervención grupal: finalidades y perspectivas para la investigación


La intervención grupal:
finalidades y perspectivas para la investigación
 

Margarita Baz  

Resumen

En este trabajo se desarrolla una noción de intervención grupal que no se limita a ser caracterizada como un recurso técnico de la psicología aplicada, sino que se considera como una práctica que se sustenta en una tarea crítica permanente sobre sus fundamentos conceptuales, premisas y finalidades. La autora reflexiona sobre la potencialidad de la intervención grupal para aprender a mirar los procesos de la subjetividad y para ofrecer espacios alternativos de reconstitución del sentido de la experiencia, tanto individual como colectiva. Desde esa perspectiva se valoran los aportes de la intervención grupal en un trabajo de investigación.

Introducción
La cuestión de la intervención grupal abre un abanico de interrogantes que excede con creces la descripción de sus condiciones técnicas y de las estrategias posibles de aplicación, de similar manera que toda noción de “lo grupal” supera la simple idea de agrupamientos que responden a criterios cuantitativos o de índole práctica. La visibilidad de los procesos que están en juego demanda un posicionamiento crítico en cuanto al problema de la acción psicosocial, los saberes que la fundamentan y las finalidades a las que apunta.  La intervención grupal exige al profesional que la sostiene una apuesta por el potencial de formas colectivas de interrogación y tránsito subjetivo, por definición abiertas a la creación y al engendramiento de nuevos sentidos relativos a la temporalidad, la historia –tanto singular como colectiva-, los vínculos y las instituciones que regulan el intercambio social.  Al participante le demanda el abrirse a un espacio de experiencia que así como le brinda contención le impone un desafío. Las formas grupales de intervención psicosocial se desenvuelven en esa paradoja de sostén e incertidumbre, de resistencias y deseo, de aperturas y de encierros.  No podría ser de otra manera, en la medida en que compromete el esclarecimiento de los procesos de subjetivación, a través de ese campo de ritualidades cara a cara que es paradigmático de los vínculos que nos constituyen.
El surgimiento de la intervención grupal en las prácticas de formación, acción comunitaria, diagnóstico, tratamiento y prevención psicosocial, y, más recientemente, del uso de dispositivos grupales para la investigación, deriva de una historia donde el pensamiento grupal, incluidos sus desarrollos teóricos y prácticos, adquiere relevancia en México a partir de la década de los años setenta  . Más allá de la heterogeneidad de discursos teóricos que han nutrido estas prácticas (dinámica de grupos, enfoques humanista, psicodramático, operativo y psicoanalítico, entre otros), vale la pena destacar que los sentidos que conllevan estas prácticas y el lugar social que ocupan –en términos de demanda, credibilidad y eficacia simbólica- han ido variando concomitantemente con el cambio de condiciones sociales y los perfiles de subjetividad prevalentes en el mundo contemporáneo.  En ese plano, hay una variación sensible que va de las aspiraciones de cambio social desde la acción colectiva, de los proyectos utópicos y los ideales sociales que se verificaban en los años sesentas y setentas, a la crisis del proceso identificatorio y de las condiciones de la grupalidad, que tal, como lo argumenta C. Castoriadis  , tiene que ver con las grandes dificultades para que la sociedad logre “forjarse una representación de sí misma a la que pueda afirmar o valorizar” o bien para “engendrar un proyecto de transformación social al que pueda adherirse o por el que quiera luchar”, y que, en opinión de muy distintos especialistas, caracterizan las condiciones de subjetividad prevalentes a finales del siglo XX. Estas condiciones no pueden ser desdeñadas si queremos comprender la inserción de la intervención grupal en un ámbito social donde la grupalidad como dimensión de la experiencia se encuentra tensionada y en alguna medida “deshabitada”. Las prácticas grupales enfrentan el desafío de ser recreadas en su sentido de alternativas reales para pensar y accionar “de otra manera” en el campo psicosocial, o simplemente acomodarse como recursos de aplicación de las disciplinas “psi”.

Esclarecimiento de la noción de intervención grupal
Para situar el tema que nos ocupa, abriré con un breve recorrido por las nociones implicadas en el título mismo de “intervención grupal”, siendo éstas por un lado “lo grupal”, y por otro la idea de “intervención”.  Me parece que de esta manera podremos contemplar mejor los múltiples planos, matices y dimensiones que reúne la idea de intervención grupal, para, en un segundo momento, problematizar el modelo de intervención grupal que hemos desarrollado en nuestra experiencia de trabajo e investigación con grupos.
La idea de “lo grupal” remite a distintas significaciones, de las cuales considero importante distinguir cuatro muy básicas:
-lo grupal como ámbito de la experiencia humana
-lo grupal como campo del saber
-lo grupal como nivel de análisis en la práctica científica
-lo grupal referido a ciertos dispositivos de intervención e investigación

 Estas cuatro ramificaciones remiten a los planos empírico, teórico, metodológico y técnico. Así, cuando hablamos de lo grupal como ámbito de la experiencia humana nos estamos refiriendo a lo grupal como una dimensión empírica que es constitutiva de la fundación de la subjetividad; es decir, todos los seres humanos somos, en tanto tales, “grupales”.  Miembros, pertenecientes o referidos invariablemente a grupalidades, esta condición nos dota de una multiplicidad de identidades que se dirimen a lo largo de la vida en el trazo singular de cada trayecto vital.  ¿Qué tipo de aprendizaje nos deja esta experiencia?  Si fuera nada más por el peso y la significación de esta dimensión en nuestra vida, todos podríamos ser “expertos” en grupos. Sin embargo, estamos lejos de tal situación ideal; por el contrario, podemos reconocer que la relación con nuestros semejantes -el plano intersubjetivo, definitorio de nuestra constitución grupal- es una fuente importante de tensiones y retos que vamos resolviendo en forma más o menos precaria. ¿Por qué tenemos -en general- una escasa comprensión de los procesos que están en juego?  Habría que pensar que lo grupal, esa dimensión de el otro, los otros, que son también de alguna manera una parte del sí mismo, aspecto fundante de la condición humana, es esencialmente enigmático, es decir, no se accede a él por vía de una lectura ingenua, en cambio, nos confronta e interroga y demanda el estar abiertos a la utilización creativa de un reservorio inmenso de experiencia que es patrimonio de cada uno de nosotros.
 Por otro lado, podemos referirnos a lo grupal como una línea de investigación y conocimiento científico, es decir como un campo problemático que ha sido reconocido como pertinente para ser abordado por distintas disciplinas. La constitución de este campo aparece en este siglo, en una historia que, como sabemos,  está especialmente vinculada a la organización industrial del trabajo y a los abordajes colectivos en la educación y en la psicoterapia, correlativamente a los desarrollos teóricos desde perspectivas de la psicología social, el psicoanálisis, la sociología de las organizaciones y la pedagogía, entre otros aportes destacados. Este desarrollo del tema de los grupos ha derivado en un despliegue conceptual y metodológico acerca de cómo se concibe a lo grupal, cómo se lo piensa y sistematiza en un cuerpo teórico sustentable y cómo se ha intentado su estudio, a través de qué metodologías y procedimientos.  El resultado ha sido una multiplicidad de discursos y no una organización conceptual unificada –como es, por otra parte la situación específica no digamos de la psicología sino de las ciencias sociales en general- por lo que resulta siempre necesario, como ejercicio crítico ineludible, interrogar toda teorización o práctica grupal desde sus premisas y supuestos epistemológicos y desde su confrontación empírica. Más allá de eso, hay que resaltar que la cuestión grupal ha desbordado cualquier reducto restringido en una perspectiva disciplinaria, formando parte, de una u otra manera,  de los debates cruciales que hoy alimentan el pensamiento sobre la vida social.
 Volviendo a las interpretaciones posibles que pueden darse al término grupal, diremos que también podemos referirnos a éste como un nivel de análisis; en este caso estaríamos apuntando a un recorte metodológico para observar, comprender y actuar sobre ciertos procesos de la realidad psicosocial.
 Por último, la acepción de “lo grupal” puede aplicarse a la descripción de dispositivos de intervención e investigación, perspectiva que nos coloca frente a la idea fundamental de la psicología no sólo como una disciplina que puede aportar conocimiento y diagnóstico, sino que tiene una capacidad operativa, de acción a la vez que de investigación de las problemáticas psicosociales que son de su competencia.  El desmontaje de los dispositivos grupales que han tenido mayor impacto en el campo de la psicología, demuestra invariablemente que la intervención grupal no puede reducirse al terreno técnico, sino que su fuerza  radica en la tarea de desarrollo teórico, como exigencia imprescindible que fundamenta su direccionalidad y sentido.

Perspectiva adoptada ante la intervención grupal
Consecuente con estas reflexiones quiero situar mi perspectiva respecto a la intervención grupal mencionando que como punto de partida la ubico en el campo de la subjetividad, en tanto campo teórico que pone de relieve la necesidad de problematizar la grupalidad y, en términos amplios, el vínculo colectivo, y de esta manera abordar los retos de la comprensión de la experiencia humana, la cultura y la sociedad, en forma tal que puedan superarse los viejos reduccionismos (psicologismos, sociologismos) y las persistentes antinomias que han poblado el pensamiento social, tales como las de individuo/sociedad y subjetivo/objetivo. 
El concepto de subjetividad, las fuentes teóricas que han nutrido sus desarrollos contemporáneos y los problemas metodológicos que se han suscitado en el campo de la investigación, ameritarían un largo desarrollo que no pretendo realizar aquí; pero sí deseo hacer hincapié en el desplazamiento al que obliga del término individuo a la noción de sujeto. El primero sólo nos servirá de ahora en adelante para efectos puramente descriptivos; en cambio, las nociones de subjetividad y sujeto, nos colocan ante los procesos de creación de sentido y ante el estatuto de la condición humana, que es el pasaje de la naturaleza a la cultura, mundo social histórico que consiste en tramas de significación desde las cuales se teje la experiencia humana. Quiero destacar también que la idea misma de sujeto remite a un sostén viabilizado por las grupalidades que dan forma a la vida social: hablar de sujeto es hablar de vínculo colectivo.  Es decir, la subjetividad se gesta en esa paradoja donde la función de sujetación, contención y sostén que provee el tejido social, es condición imprescindible de la subjetivación, proceso de diferenciación sin el cual no entenderíamos la creación de cultura y de instituciones.
La dimensión de lo colectivo contiene varios planos: uno es el registro simbólico que nos funda como humanos, campo de la regulación transindividual por excelencia representado por el lenguaje; los otros planos están constituidos por las instituciones, que constituyen el campo normativo, y por el territorio de la intersubjetividad, de la grupalidad propiamente dicha, del intercambio. Toda singularidad –definida por procesos de diferenciación e individuación- está tejida desde dimensiones de lo colectivo de gran complejidad. Por ello nos representamos a la subjetividad (noción importante de destacar cuando operamos como coordinadores de grupo) como la situación irremediablemente conflictiva de la condición humana, como la convergencia tensa de múltiples procesos heterogéneos.
Es un avance del pensamiento social ubicar al sujeto como una “construcción social” (y por tanto deducir que toda singularidad es portadora de la cultura que la ha conformado) pero hay que añadir que el sujeto no está nunca constituido en forma definitiva; por el contrario, pensamos que la subjetividad expresa, a través de su condición esencial de búsqueda y creación de sentido, un balance contínuo –muy dinámico y vulnerable- en ese posicionamiento que es la relación del sujeto consigo mismo, con los otros y con el mundo.  La fragilidad relativa de este devenir subjetivo reposa no solo en la historia inscrita desde las vicisitudes pulsionales jugadas en las grupalidades que nos dieron el sostén primario -la familia en primer término- (historia que por lo demás es resignificada en el curso de nuestra vida), sino que se deriva del vínculo social, de la condición de estar abiertos y sensibles a su devenir, que es también el nuestro.  De esta manera, se van recibiendo significaciones diversas y frecuentemente contradictorias de los cauces que va recorriendo la sociedad que nos cobija, de las figuras que van adoptando las formas sociales, las instituciones, los valores y los términos de la participación social. Pensamos en una inestabilidad radical en esa experiencia sostenida por el vínculo social, inestable en el sentido de que es vulnerable y se altera constantemente, como emergente de las vicisitudes pulsionales estrechamente ancladas en los procesos sociales: la vida humana como una alteración continua, como una experiencia de cambios, de pérdidas y de finitud.
 
Modelo de intervención grupal
Una vez ubicados en la producción de subjetividad como horizonte teórico gestado en el diálogo con la práctica grupal que hemos desarrollado y que debe mucho al modelo de los grupos operativos originalmente propuesto por E. Pichon-Rivière en Argentina y a la corriente de psicología social que gestó y nutrió con su fructífera obra, pasaré a puntear los elementos principales que constituyen el esquema de trabajo con el que abordamos la intervención grupal.  Empezaré por su finalidad, su hipótesis básica y la premisa que sostiene. Considero que este esclarecimiento es fundamental porque toda intervención tiene, junto a su sustento teórico y metodológico,  una dimensión ética y política que no puede ser soslayada.  El “para qué” de una intervención es un interrogante necesario que debería ser invariablemente reflexionado, tarea crítica que brinda la condición básica, a partir de la cual los dispositivos concretos utilizados se caracterizan por  ser flexibles y operativos, donde distintas formas pueden cumplir los principios metodológicos básicos.
Puedo decir que trabajo con un modelo de intervención que pretende promover las condiciones para que colectivos diversos (grupos, comunidades, organizaciones, etc.) construyan miradas nuevas que sean esclarecedoras de los procesos de la subjetividad que se verifican en los aconteceres de la vida cotidiana; esto apunta a transformaciones en los posicionamientos subjetivos y a la apropiación de mejores recursos de inteligibilidad de los vínculos que tejen las tramas simbólicas e intersubjetivas que los sostiene.  La experiencia, en sus planos tanto singular como colectiva, puede ser resignificada y comprendida de nuevas maneras. Es el desarrollo de una mirada reflexiva sobre los procesos de la subjetividad, en una recuperación de los propios procesos de los integrantes de un grupo, donde está anudada la historia personal y la colectiva. A esto le llamamos “aprendizaje grupal”, desde la premisa de que el grupo es un lugar privilegiado para propiciarlo. La apuesta de estos procesos es un enriquecimiento subjetivo de estas colectividades, que así tendrían mayores posibilidades para realizar abordajes más creativos de las problemáticas y vicisitudes que van enfrentando en la vida social.
Podría decir que la hipótesis teórica que sostiene la acción de intervención es la invisibilidad relativa que mantienen los procesos que nos constituyen como sujetos, muchos de ellos provenientes de dimensiones inconsciente. Por ello, no dudamos en concebir nuestra tarea como una de formación -que supone gestar condiciones de aprendizaje a partir de la elaboración de la subjetividad, no sustituible con puros recursos informativos- formación que requiere un campo de experiencia que debe ser recorrido.  Esta experiencia es la participación en proceso grupal, experiencia que al ir desplegando las formas de subjetivación que nos van constituyendo –y que trascienden, naturalmente, el campo empírico del proceso- constituye el material de los procesos de aprendizaje. 
El proceso grupal se establece con dos criterios básicos: la construcción del ámbito grupal y la idea de aprendizaje como proceso, proceso no lineal sino tensionado siempre por tendencias contradictorias. La lectura de la experiencia se realiza desde una concepción de proceso (que se traduce metodológicamente en la consideración de los momentos grupales de inicio, desarrollo y cierre, desde la pregunta ¿cómo aborda el grupo su tarea?), de organización (el funcionamiento del grupo como un sistema) y de emergentes (el contenido del discurso grupal como metáforas de los núcleos y dilemas subjetivamente significativos).
También nos parece fundamental distinguir entre el método, las técnicas (la básica y las auxiliares) y las estrategias. El método, decía Pichon-Rivière, es “ayudar al grupo a pensar”. Esta frase resume una idea en mi opinión enormemente fructífera, si entendemos por “pensar” un movimiento por el cual un grupo se abre a un mundo de posibilidades y logra comprender los procesos que lo atraviesan desde nuevas perspectivas, aprendizaje que le permite operar sobre el mundo con mejores recursos.  El método (el “cómo” de la intervención grupal) se actualiza con tres estrategias básicas: 
a) Propiciando que se pongan de manifiesto las concepciones, prejuicios, emociones, mitos y valores con los cuales los integrantes del grupo de aproximan al campo grupal y a la tarea propuesta.
b) Señalando y favoreciendo la modificación de distintos obstáculos epistemológicos y epistemofílicos, como son, por ejemplo: los mecanismos de naturalización, las certezas, los estereotipos y las disociaciones.
c) Interrogando sobre la tarea manifiesta (¿para qué están juntos?), como forma de enlace de las vicisitudes grupales al proceso de elaboración de la experiencia.
El método se sustenta en dos condiciones técnicas: la instalación del dispositivo y el nivel de análisis. El dispositivo despliega roles diferenciados (coordinación e integrantes) y encuadre de trabajo (las reglas básicas y las constantes de tiempo, espacio y tarea). En cuanto al nivel de análisis, éste apunta a sostener una mirada estrictamente grupal, apelando al sentido grupal de toda participación o emergente.  La estrategia diseñada para cada intervención grupal (incluyendo el uso de técnicas auxiliares tales como el uso de técnicas dramáticas) depende de la evaluación de la demanda (cuando la hay), de la tarea a realizar y del proceso mismo, así como de las situaciones de tipo práctico. Cuando los dispositivos grupales son utilizados con fines de investigación, la estrategia a utilizar depende del diseño de la misma.  Por último, con respecto al dispositivo, no está de más recordar que todo dispositivo es un analizador del proceso grupal que establece condiciones y límites de visibilidad que deben ser tomadas en cuenta.

Aplicación del modelo
El modelo que hemos presentado se caracteriza por su plasticidad para abordar muy diversas demandas y situaciones: intervenciones breves o prolongadas; intervención en instituciones, en comunidades o en grupos privados; tareas de diagnóstico o esclarecimiento, de formación, terapia o reflexión; introducción o no de técnicas auxiliares (dramatizaciones, etc.). La plasticidad es correlativa a la capacidad de escuchar la demanda, de mirar el proceso y de atender las condiciones específicas que se presentan; en cambio, lo que permanece invariable es el método, que, en otras palabras, es la noción que el coordinador tiene de su función, de la finalidad de su trabajo y de las formas de llevarlo a cabo. A lo largo de los años hemos realizado un gran número de intervenciones grupales siguiendo este modelo, algunas respondiendo a demandas específicas y otras diseñadas como estrategias de formación o de investigación. 
A manera de ilustración quiero referirme brevemente a una experiencia reciente de investigación, en el marco del proyecto denominado Grupalidad y devenir social. En ese contexto, y desde el propósito de investigar el posicionamiento subjetivo frente al futuro en los habitantes de la ciudad de México, lo que nos llevaría presumiblemente a comprender las condiciones y calidades del tejido social en relación a la capacidad para proyectarse en la construcción del sí mismo y de la sociedad, se convocaron grupos de reflexión en distintos ámbitos, que cumplieron, también, propósitos terapéuticos de esclarecimiento y elaboración. Se estableció como consigna-eje (tarea) el reflexionar acerca de qué les evocaba la idea de futuro, a nivel personal y de la sociedad en la que viven. En grupos conformados por adultos jóvenes de clase media y clase popular, observamos el despliegue de un horizonte ensombrecido y amenazante, construcción subjetiva claramente referida al vínculo social, que aparece tensionada por el campo de la esperanza y la figura de un sujeto que resiste, que se empeña en caminar ante circunstancias que se viven básicamente como adversas.  Puedo aclarar que las reuniones fueron grabadas y el material pudo ser analizado más allá del momento específico de la intervención. Además de estos hallazgos como productos de investigación  -de los que sólo hemos hecho un pequeño esbozo-, el proceso grupal permitió a los participantes ampliar su mirada en relación a cómo enfrentan su vida presente e imaginar otras maneras de proyectarse en su trayecto de vida, así como revalorar y reafirmar su existencia.

Reflexiones finales
Al valor de contención que tienen los espacios grupales, a sus potencialidades terapéuticas –de transformación no sólo del sufrimiento individual sino como reconstitución del sentido de las experiencias colectivas- debe añadirse su riqueza como estrategia formativa, como sustento de la tarea educativa en el sentido amplio del término, y su utilidad para la investigación, como dispositivos que posibilitan la producción de materiales susceptibles de múltiples miradas analíticas.
Las prácticas de intervención grupal, para superar una simple intención voluntarista, tendrían que ir de la mano con el desarrollo del conocimiento, de la investigación en el campo de la grupalidad, y acompañarse de una mirada crítica tanto de los dispositivos de intervención como de los procesos de formación del operador grupal.  En esta perspectiva, no dudamos en destacar que, así como se está verificando a nivel social una tendencia a la individualización –que no de individuación-, de conformismo y reforzamiento de las tendencias disolutivas de la grupalidad –en tanto dimensión de enlace, aprendizaje y sostén social-, la apuesta por prácticas que tienen potencialidad para sacudir los fundamentos del “ir siendo sujetos” ante el devenir social, resultan altamente pertinentes como alternativas en la acción psicosocial. La intervención grupal no es, naturalmente, la única acción posible, pero es sin duda una práctica enormemente valiosa en la medida en que apunta a los fundamentos de nuestro ser en sociedad.

* Margarita Baz es Doctora en Psicología. Profesora e investigadora titular de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, de la Ciudad de México. 

* Las "Notas al pie" de este trabajo pueden leerse en la copia para descarga, más abajo.


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