Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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C. Galán: Crítica de -Psicoanálisis operativo. A propósito de la grupalidad-


 

 

 

Recensión del libro “Psicoanálisis operativo. A propósito de la grupalidad” 

César Galán Cueli 


“Psicoanálisis Operativo. A propósito de la grupalidad”, plantea seis textos y una introducción que, a modo de una polifonía de discursos, nos muestran la actualidad del grupo operativo hoy, el año 2005, en los inicios del siglo XXI.

Los grupos operativos nacieron para dar respuesta práctica a situaciones imprevistas y nuevas, a realidades y entornos que estaban cambiando. Trabajan aplicando a la realidad social el “método clínico”: observación – diagnóstico de situación – intervención (interpretación), pero incorporan la transferencia y  contratransferencia de los intervinientes y de los operadores grupales como elemento privilegiado de entendimiento y modificación de las realidades en curso. A partir de esas “experiencias” vividas, de la “reflexión” en torno a las mismas, se elaboran nociones y conceptos que complejizan y enriquecen las construcciones teóricas de que disponemos.

A lo largo del libro, y siempre a partir del desarrollo de experiencias concretas (grupos, nuevas configuraciones familiares, instituciones para personas mayores...) vemos desgranarse la práctica grupal.

Armando Bauleo nos plantea tres textos: “un grupo”, una naciente “concepción de la Psicología Social en Argentina”, “Plataforma o la historia de un Proyecto”.

A pesar de la cantidad de años trabajando con grupos, personas, instituciones y comunidades a Armando Bauleo todavía le siguen preguntando ¿qué es un grupo?, ¿cómo opera?..., lo que hablaría de las dificultades y complejidad del objeto de trabajo.

Este primer texto: “un grupo” se complementa, a mi entender, con un viejo artículo “la operación grupal” (Revista Área 3, nº 6, año 1.997) y, en ambos, Armando entra de lleno en la tarea.  Al inicio nos habla de la “situación” grupal, de la práctica del “diagnóstico” grupal, de los “corredores” terapéuticos –instrumentos todos ellos de intervención-, para llevarnos de lleno a la vivencia grupal.

Dice, a propósito de los participantes: “... una vez instalados, cada uno de acuerdo con su comportamiento social habitual, intentará colocarse cómodo, siguiendo sus preferencias y, aplicando una especie de táctica, se ubicará así cerca o lejos del coordinador, o con el picaporte de una puerta al alcance de la mano, o para codearse con quien imagina que lo puede proteger, o arrimado a una  ventana con una doble mirada fuera – dentro, o entre mujeres o entre hombres buscando complicidades, o frente a quien considera objeto de seducción, o en oblicuo a quien (sin conocer) lo fantasea posible rival; alguien se cree transparente (sin miramientos, se ubica delante de otros), otro invisible (mira al suelo o al “más allá” como los niños de la escuela que no miran para no ser mirados), alguno es un ausente – presente (no se sabe bien cuando llegó), otro será presente – ausente (no se conocerá fácilmente a partir de cuándo otros pensamientos lo arrastraron fuera de esta situación grupal)...”.

Y habla a los profesores / coordinadores / observadores: “... para trabajar con un grupo, es necesario una doble aproximación constituida por el entrelace continuo entre observación y audición,  existiendo una doble visión (una especie de estrabismo), o una doble audición (no sólo de lo dicho sino también de lo cancelado)..”.

Vemos, en la dinámica grupal, cómo la tensión entre afecto y pensamiento, su entretejer dialéctico, va posibilitando el pasaje del agrupamiento al grupo y cómo va emergiendo, en sus idas y venidas, un proceso que Pichón llamaba en espiral dialéctica. Armando puntúa: “... de pronto la situación grupal deviene casi catastrófica y así durará en innumerables encuentros. Desde esta situación inimaginable el grupo comienza a funcionar. Con mayor o menor dificultad, con diferentes maneras de gentileza, a veces con cierta brusquedad o con técnicas para convencer al interlocutor, comienza un intrincado diálogo entre los participantes.... Cada uno, a su manera, trata de imponer su parecer sobre la significación y alcance de la tarea, en la cual comienza a operar. Pero, a su vez, estamos de frente a un esfuerzo psíquico para instalar un código que pueda posibilitar una comunicación en el interior del grupo actual...”

En el proceso aparecen “..ansiedades persecutorias, confusionales y depresivas acompañando los momentos en los cuales, debido a la llegada de nuevas informaciones o de otros apareceres emotivos, los esquemas de referencia originales se van desestructurando para..., poco a poco, reestructurarse sucesivamente...”

Entre medias observamos que ante los cambios “..no todo son rosas en esta dinámica, existen también los obstinados, aquellos que con un desprecio narcisista toman “su distancia” con relación al resto del grupo o aquellos otros que, por temor a desaparecer en la nada, acartonan sus respuestas, se aferran al esquema de referencia inicial y terminan convirtiéndose en un “estereotipo”, es decir, en un personaje con conducta repetitiva, aburrida, teñida de un halo persecutorio...”.

Poco a poco se pone de manifiesto en el grupo, como decía W. R. Bion, “.. algo que de otra manera no sería visible..., la posibilidad de observar cómo operan las características “políticas” del ser humano”, entendiendo como tal “...aspectos esenciales para que el hombre pueda llevar una vida plena...”.  Y es que los grupos consiguen recuperar, y en algunos casos dar a luz, a la capacidad vinculadora de la mente humana, a la “relacionalidad”.

Pocos textos tan densos, ricos en “experiencia” y, a la vez, tan nocionales y conceptuales como éste denominado “un grupo”.

A continuación Armando Bauleo, bajo el título “la concepción de la Psicología Social en Argentina”, nos habla primero del “más acá”, de su recorrido, de sus experiencias en el nacimiento y desarrollo de los grupos operativos en Argentina, siempre buscando incorporar a la mirada psicoanalítica la dimensión y efectos del contexto así como del transcurrir procesual histórico con el objetivo, de últimas, de aumentar el “entendimiento psicoanalítico” de las situaciones.

Después se pregunta por “el más allá” y se acerca a Freud y a los “pioneros” –Armando los llama los “coraggiosi”- y, mas concretamente busca recuperar a los freudianos politizados (la izquierda freudiana) o “analistas rebeldes”. Siguiendo las premisas formativas del Instituto Psicoanalítico de Berlín se trata de “..hacer accesible nuestra terapia a esa multitud de seres humanos.... que no están en condiciones de financiar su tratamiento; crear un lugar donde el analista pueda ser enseñado teóricamente y donde las experiencias de analistas más experimentados puedan ser transmitidas a los alumnos...; perfeccionar nuestra técnica terapéutica ....”.

A los “pioneros”, a los avatares del “Comité secreto”, se unirán intentos como el “Seminario de los Hijos” de los años 20, los psicoanalistas próximos al Socialismo (Paul Federn, Helen Deutsch, Siegfried Bernfeld, Herman Nunberg, Ann y Wilhem Reich, Edith Jacobson, Willi Hoffer, Martin Grotjahn, Karl Landaner, Bruno Bettelheim, Ernst Simmel, Otto Fenichel..), el movimiento Sexpol o sexualidad y política, los exiliados de la 2ª guerra y la Escuela de Frankfurt (Adorno, Fromm, Hockheimer), los “independentistas” británicos (Rickman, Winnicott, Bowlby, Sharpe...) y, frente a ellos, cierta Institución psicoanalítica con sus “biografías” mutiladas y sus “borrados”.

Y Armando Bauleo vuelve a recordarnos que con los años lo reprimido, cuando no es interpretado, retorna con más fuerza y así emerge Guattari (rizoma), M. Torok y N. Abraham (la cripta), Laplanche y Pontalis (Vocabulario), Green..., pero también el psicoanálisis de niños, las psicosis (Searles, Bion, Bleger...), la guerra y el tiempo pos-tiranías (F. Fornari, Confrontation..).

Es un recorrido que nos propone Armando para no olvidar, para mirar a la historia sin “borrados”, para abrir memoria, para recuperar...

Su último texto lo propone como Anexo, es un viejo artículo titulado “Plataforma o la historia de un Proyecto” (1973) publicado en el libro Cuestionamos II y que hoy, trayéndolo ante nuestros ojos, se re-escribe.

Armando mira atrás y nos muestra “sus orígenes”, algo que yo llamaría esa “grupalidad originaria” que funda y orienta una práctica y el sentido de su trabajo.

Ya en aquellos momentos, al disolverse Plataforma, decía “.. todos queríamos curarnos de la institucionalización pasada, pero el aprender es doloroso. Las contradicciones fueron múltiples. Pudimos no solo verlas y sentirlas. Las sufrimos, nos dolieron, nos vapulearon..” pero Plataforma fue “..hacer consciente lo inconsciente” y “..explorar los caminos para pensar de otra manera”.

Finaliza el texto apuntando: “.. ¿cuáles son los otros posibles funcionamientos?. ¿Cuántos otros proyectos son necesarios?. Son otros interrogantes más...”

Alicia Montserrat nos propone dos textos: “perspectivas de la clínica psicoanalítica grupal” y “reflexiones sobre la actualidad en la familia”.

En el primero apunta a la clínica grupal como la “otra escena” dentro del instituido psicoanalítico –parafraseando a O. Mannoni-, escena que posibilita investigar los caminos de pasaje entre lo intrapsíquico (fantasía inconsciente, figuras del deseo..) y lo intersubjetivo (tendencia vinculante, relaciones de objeto..).

Alicia busca en Freud cómo sitúa el escenario grupal para, a continuación, adentrarse en Winnicott (holding, espacios/fenómenos transicionales), Bion (reverie, función alfa), Pichon-Rivière (ecología humana interna, vínculo) y tratar de tejer perspectivas comunes.

En Freud visita, con una lectura propia, “Tótem y tabú” (1913), “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) y, muy especialmente, “introducción al narcisismo” (1914) y de allí retoma: “ser para si mismo su propio fin y ser eslabón, heredero y beneficiario de la cadena generacional”, un narcisismo donde los sujetos se apuntalan en el encadenar los sueños de “los irrealizados deseos de sus padres”. Su mirada la vuelve luego a “el malestar de la cultura” (1929) para incardinar en lo colectivo el narcisismo de las “pequeñas diferencias” – más allá de sus potencialidades destructivas- que posibilita junto a la pertenencia e identidad grupal la discriminación, el surgimiento de la individualidad.

Y así va tejiendo y redescubriendo en Freud lo que Bleger y Bauleo apuntan: “no son los individuos los que forman los grupos, sino los grupos los que forman los individuos” –véase en la sociopolítica actual a Paolo Virno-.

A Pichon lo trabaja no sólo desde la perspectiva de M. Klein que le nutrió, sino también incorporando las aportaciones de la teoría de las relaciones de objeto de Fairbain, para afirmar con Pichon que las tramas vinculares son las que “sostienen” el prolongado proceso de subjetivación –“la subjetividad se constituye entonces en el campo del otro”-.

El grupo, espacio de encuentros y desencuentros, se convierte así en “problematizador”, condición de posibilidad del aprendizaje y la comunicación.

Y a partir de aquí y de la teoría pichoniana (grupo interno, teoría de las 3 D, rol adjudicado/asumido) Alicia nos va desgranando el funcionamiento de la sesión grupal, la función del coordinador y el significado de “interpretar”.

De Winnicott toma esa primera posesión no yo –los fenómenos y objetos transicionales-, a la base del “jugar”, es decir del pensar y fantasear para descubrirse entre el adentro y el afuera, y la noción de holding “maternal”, ese “sostener que crea un sentimiento de continuidad existencial frente a las múltiples angustias/ansiedades que nos invaden, holding que permite dialectizar las situaciones dilemáticas del pensamiento o flexibilizar los estereotipos que responden a comportamientos defensivos.

De W. R. Bion toma los “supuestos de base” del grupo primario (dependencia, ataque/fuga, emparejamiento) cuyo funcionar psicótico paraliza al grupo de interacción, y analiza la noción de reverie del analista/coordinador o terapeuta frente a las identificaciones proyectivas a veces masivas, es decir, la capacidad de devolver la angustia elaborada (en símbolos o en imágenes visuales) que ayuda a tolerar la frustración y poder hacer e interiorizar la experiencia. Y así se va transitando de la dependencia absoluta a la dependencia madura (Fairbain).

En su segundo texto plantea reflexiones sobre las nuevas configuraciones familiares (familias para adoptar, para acoger, emigradas, reestructuradas con segundos matrimonios, parejas homoparentales...), los nuevos grupos “domésticos”, los cambios en los roles y la redefinición de las funciones materna y paterna.

Si bien es cierto que la patología familiar siempre nos remite a la rigidez o estereotipación de los vínculos, de donde acaba emergiendo el “enfermo” como aquel a quien se ocultan los hechos cuando ocurren cambios, Alicia nos plantea nuevas nociones a ir conceptualizando: las “ajenidades” o ese sentimiento intenso de “no saber lo por venir” tan presente en la adopción, en las desuniones y reconstituciones, en los vínculos homoparentales; el impacto de las tecnologías médicas (fertilización asistida, equipo médico como tercero) frente a las dificultades del cuerpo y la lógica amorosa y sexual, lo que con frecuencia lleva a buscar en los hijos la completud o el tapón que resarce y niega; las desuniones y nuevos “ensamblajes” que implican desvincularse para volver a vincularse en nuevas familias.., nociones a profundizar para seguir pensando los efectos de los cambios sociales en los vínculos familiares.

Y, junto a ello, los cambios en las relaciones actuales que se están dando entre padres e hijos: las dificultades de separación de los hijos de sus madres cuando hay padres periféricos; los nuevos varones maternizados o supeditados al discurso materno que no favorecen la triangulación; los adolescentes con padres que no se sienten referentes o “sin cualidad” como padres identificatorios; los jóvenes con dificultades para hacer elecciones o para cuestionarse subjetivamente...

Son nociones y cuestionamientos que nos invitan a seguir pensando y haciendo experiencia.
El texto de Federico Suárez “emergentes de un viejo grupo” (personas mayores de 65 años) se inicia con palabras de Bleger: “el hombre pertenece a la Institución. He aquí la consigna que debe ser cambiada por la de la institución pertenece al hombre..”.

En España la grupalidad de las personas mayores se ha articulado en las últimas décadas desde la oferta pública institucional a través de los llamados “hogares de mayores”, “clubs de la 3º edad”, “centros de día” y, más recientemente, con el asociacionismo de las personas mayores.

Federico Suárez nos desgrana con mimo y detalle una larga experiencia de trabajo grupal operativo en un centro municipal de pensionistas de la periferia norte de Madrid. Y nos enfrenta a la vejez y a “esa imagen deteriorada de nosotros mismos que nuestro inconsciente rechaza, a veces con un miedo/terror que no es buena compañía para pensar”.

A partir de los emergentes grupales y de la propuesta de un cuento “el hombrecito vestido de gris”, Federico nos traslada conceptualmente las vivencias y temores de los mayores: la continuidad versus la ruptura, la pérdida de identidad “productiva”, la dificultad con las diferencias (todos los viejos no son iguales, hay hombres y mujeres, el hogar familiar o el hogar de mayores como escenario..) el seguir aprendiendo en la vejez, el mito del tiempo libre..., y nos introduce en lo que va a ser la “tarea” en este centro de mayores que todos llaman “hogar”.

La pregunta que Federico nos hace es “reproducimos estereotipos” o “favorecemos la participación” y no desde un vocabulario de marketing político. La pregunta que Federico se hace tratando de responder a los emergentes grupales es: ”si creemos que cuando dejó de trabajar lo que perdió fue solo una actividad u ocupación, bastará con “animarle” a que la sustituya por otra cualquiera. Si la pérdida del trabajo lo es de una inserción social y de un “modo de ser” que el sujeto tenía, la preocupación no es tanto lo que haga sino cómo lo que quiera que haga le sirva para buscar una nueva identidad en la que se pueda reconocer”.

Y a partir de ahí Federico y su equipo “siempre que los mayores planteaban una demanda al equipo técnico, se les devolvía un encuadre grupal para tratar entre todos de darle respuesta.. Y así poco a poco “empezaba a aflorar un discurso más relacionado con el propio deseo”, donde “los espacios grupales permitieron a los socios la posibilidad de manifestar sus diferencias”.

En una presentación se está obligado a resumir y este texto sobre un “viejo grupo” ha de leerse, no puede resumirse, si no queremos perdernos toda su riqueza. Quizá la pregunta que nos queda en el aire a nosotros, quienes lo leemos atentamente es ¿y al equipo, cómo le afecta su objeto de trabajo?.

* César Galán es psicólogo. Madrid


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