Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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El analizador y el sentido del análisis. Génesis teórica del concepto, por Roberto Manero


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El analizador y el sentido del análisis

Génesis teórica del concepto

Roberto Manero Brito [1]

Resumen

El artículo presenta dos concepciones sobre el analizador, que han sido mencionadas por los representantes del Análisis Institucional en su tendencia socioanalítica como antecedentes del concepto en su corpus teórico: se trata del concepto de analizador en el planteamiento de Iván Pavlov, y en el de Félix Guattari. En el planteamiento pavloviano, más allá de la percepción de los primeros socioanalistas (Lapassade, Hess) el para sí de lo viviente nos permitiría pensar el analizador fisiológico como construcción de un mundo, y por tanto también como producción. Por su parte, la complejidad del pensamiento guattariano nos obliga a revisar el concepto de análisis, sus teorías sobre la subjetividad alienada y el deseo para plantearse el concepto de analizador en torno a la ruptura de dicha subjetividad a partir de la emergencia del deseo, produciendo de esta manera un corte político.

Palabras clave:

Analizador, Análisis Institucional, cognición, percepción, deseo, grupos sujeto, agenciamientos colectivos de enunciación.

Abstract

The article presents two views on the analyzer, which have been mentioned by representatives of Institutional Analysis in its socio-analytic trend as background to the concept in his theoretical corpus: this is the concept of analyzer in the approach of Ivan Pavlov, and the Felix Guattari. In the Pavlovian approach, beyond the perception of the first socio-analysts (Lapassade, Hess) the living for himself what we would think the physiological analyzer as building a world, and therefore also as production. For its part, the complexity of Guattari's thought requires us to review the concept of analysis, his theories of alienated subjectivity and desire to consider the concept of analyzer about the breakdown of that subjectivity from the emergence of desire, producing thus a political court.

Keywords:

Analyzer, Institutional Analysis, cognition, perception, desire, subject groups, collective enunciation statement.

Introducción

El analizador es un concepto clave para la comprensión de la perspectiva de Análisis Institucional de corte socioanalítico. En otro lugar hemos enunciado algunas de las definiciones que se han hecho de este concepto en diferentes momentos del desarrollo del corpus teórico del Análisis Institucional (Manero, 2013). Así, hemos pasado del analizador en tanto revelador de las contradicciones del grupo, de sus ocultamientos, de las contradicciones de las instituciones, al analizador como desconstructor de las instituciones.

El analizador es, desde su mismo enunciado, un concepto bisagra en el Análisis Institucional, que articula los procesos de intervención con la teoría sobre las instituciones o, dicho de otra manera, el campo de intervención con el campo de análisis.

El desarrollo del concepto de analizador ha ido de la mano con las diversas transformaciones del método socioanalítico, y también de las variaciones del concepto de institución. Sin embargo, lo que resulta más interesante es que en este concepto podría estarse planteando no únicamente una cuestión metodológica en el Análisis Institucional o incluso en las Ciencias Sociales, sino también en la concepción misma de una reflexión sobre la sociedad. Concepto articulador de diferentes dimensiones y perspectivas, el analizador es hoy por hoy uno de los ejes de reflexión fundamentales para el Análisis Institucional.

En este artículo, revisaremos dos de las concepciones que están en el origen de las reflexiones del Análisis Institucional en torno al concepto de analizador. Por una parte, el concepto planteado desde la perspectiva de Iván Pavlov. La introducción del concepto desde la neurofisiología permite salir de la representación simplificada por el conductismo sobre el reflejo condicionado. Para Pavlov, los sistemas perceptuales y cognitivos suponían una perspectiva explicativa muy diferente a los planteamientos sobre la caja negra del conductismo. Pero no sólo eso, más allá de los planteamientos de Remi Hess y Georges Lapassade sobre la perspectiva pavloviana, me ha parecido interesante reincorporar sus descubrimientos, especialmente aquéllos que se refieren al analizador fisiológico, en un corpus de conceptos en el cual los aspectos propiamente cognitivos son constituyentes de un ser para sí propio de lo viviente. Desde allí, se recupera también la complejidad de los objetos otrora abandonados a la suerte de simplificaciones extremas.

Por otro lado, un antecedente mucho más próximo del concepto de analizador respecto del Análisis Institucional es el concepto de Félix Guattari. Este concepto en el complejo sistema que su autor denominaría esquizoanálisis, es uno de los referentes fundamentales en la construcción del corpus del Análisis Institucional. El analizador, en el pensamiento guattariano, no únicamente nos remite a un fenómeno de desviación o de confrontación en torno a las significaciones instituidas, sino que a través de él es posible rastrear el sentido mismo del análisis, así como una clara demarcación de la vocación del Análisis Institucional como fuerza instituyente en el contexto social.

Pavlov y el analizador fisiológico

A principios de los años 70, Remi Hess realizó un trabajo profundo sobre el concepto de analizador. En dicho trabajo, que sería la base del prólogo de Lapassade para su libro El analizador y el analista (Lapassade, 1979), Hess sitúa el concepto de analizador en torno a fuerzas que bautiza como apolíneas o dionisíacas. Es la presencia del analista y el analizador. Así, desarrolla una reflexión en torno a los principales analizadores macrosociológicos en diferentes momentos históricos: los esclavos en la antigua Grecia y en Roma, por ejemplo.

En ese texto, el rastreo histórico de Hess sobre el concepto de analizador lo lleva a mencionar de inicio los trabajos de Iván Pavlov. A través de Pavlov, Hess se introduce en la utilización de este concepto en las ciencias duras. Así, la idea de analizador está presente en el discurso científico a partir de una idea de descomposición del todo en sus partes. Es un concepto de análisis que está presente en la Física como en la Química. Para Pavlov, que habla desde la Biología, existe también una serie de analizadores que no son necesariamente los mismos de las ciencias mencionadas.

En Física, por ejemplo, el concepto de analizador está trabajado desde dos perspectivas fundamentalmente: por una parte, la capacidad analizadora que tienen ciertos objetos o compuestos (el más mencionado es, por supuesto, el cristal, capaz de descomponer la luz blanca en un haz de colores que la constituyen dinámicamente); por otro lado, entre los experimentalistas, el analizador es precisamente el dispositivo que se construye para descomponer o analizar los objetos físicos o químicos. La utilización de reactivos, de catalizadores, etc., son los elementos que utiliza el experimentador para realizar el análisis y desarrollar el conocimiento de la composición íntima de la materia, así como de su comportamiento.[2]

Pavlov hablaba de los analizadores orgánicos o fisiológicos en tanto estructuras cerebrales encargadas del análisis y la síntesis de la estimulación entrante al sistema nervioso: “Analizar y sintetizar la estimulación entrante eran las funciones de córtex, que en cuanto receptor, era la porción terminal de los analizadores que estaban formados por el órgano sensorial, las vías aferentes y sus proyecciones corticales” (Zumalabe, J.M. y A. González, 2005, pág. 55). De acuerdo a estos autores, la mayor complejidad fisiológica del cerebro no permitía explicaciones simplificadoras como las de los primeros asociacionismos. Las funciones cerebrales suponían complejos procesos de análisis y síntesis que debían ser elaborados en el cerebro. Allí, Pavlov reconocía dos estructuras principales: las estructuras corticales y las subcorticales. Las primeras eran responsables del análisis y la síntesis de la estimulación; de las segundas dependía la motilidad, y ésta, evidentemente, estaba condicionada por las primeras.

Así, los analizadores en el planteamiento pavloviano no se reducían a los aspectos físicos de un órgano (por ejemplo, la descomposición de la luz al interior del ojo), sino a estructuras complejas que ejercían funciones necesarias para el equilibrio y la adaptación al medio de los organismos. Los analizadores, en tanto estructuras fisiológicas, estaban compuestos, en este modelo, por el órgano sensorial, las vías aferentes (nervios) y sus proyecciones corticales (corteza cerebral). Así, no solamente eran estructuras que transformaban la estimulación, sino que la construían en función de la búsqueda permanente del organismo de un equilibrio con el mundo exterior.

Pavlov reconoce diversos analizadores, que coincidían con los órganos sensoriales: analizadores táctiles, visuales, acústicos, etc. Estos elementos, sin duda, fueron retomados por el Análisis Institucional desde una perspectiva metafórica. No se intentó en ningún momento profundizar en la relación de lo biológico con lo psicológico o lo social (cosa que en su momento plantearía Castoriadis). El analizador fisiológico que perciben los institucionalistas es isomorfo al analizador físico tal como el cristal. La actividad de análisis es básicamente la descomposición de lo complejo en sus unidades más simples.

Es claro que, en este estadio, el concepto de análisis aún no se encontraba suficientemente desarrollado. El concepto de analizador iría afinando poco a poco el proyecto socioanalítico. En este momento, nuestra fisiología permitía a los analistas institucionales pensar una diferencia entre un analizador construido (el dispositivo de los físicos) y un analizador natural, incorporado ya como función necesaria para el equilibrio entre el organismo y su medio. No obstante, hay algo que pasa en silencio, y es la complejidad de uno y otro. El isomorfismo encontrado por los institucionalistas, eclipsa el gran salto en la complejidad de los objetos de la física y de la biología. El analizador como estructura biológica es un aparato o un sistema, es una estructura que opera transformaciones cuantitativas y cualitativas de los estímulos, de manera que devienen percepción. La percepción se aleja enormemente de la idea del reflejo, para constituirse en un proceso complejo.[3] Los analizadores pavlovianos no sólo remiten a la simplificación o descomposición de lo complejo, sino a las transformaciones de la realidad y de los estímulos para hacerla perceptible.

Según Lapassade, el pensamiento pavloviano introduce el concepto de analizador a las ciencias del hombre, por la puerta de la neurofisiología:

El concepto de analizador sigue hoy un camino análogo… Remi Hess procura mostrar su génesis. Se puede formular la hipótesis de que Pávlov, que fue el primero en introducirlo en las ciencias del hombre por las puertas de la neurofisiología y de la teoría de las neurosis, lo halló ante todo donde ya existía, esto es, en los trabajos de los químicos y los físicos. También en éstos encuentra un modelo, el del analizador que descompone la realidad en sus elementos: la descomposición es exactamente la definición del análisis. Pero el análisis es cosa del hombre, es el trabajo del pensamiento; en cambio, el analizador es un dispositivo experimental, un intermediario entre el investigador y la realidad.

El conocimiento no es inmediato; pasa por la intermediación de dispositivos analizadores. Pávlov dirá, asimismo, que el conocimiento sensible no es inmediato: también el ojo y el cerebro funcionan como herramientas casi experimentales, como analizadores. El ojo piensa. (Lapassade, 1979, pág. 17).

Es curioso el malabarismo teórico. Lapassade intenta oponer al analizador y el analista. En la física y la química, el analizador es básicamente dispositivo (analizador construido), y el análisis es cuestión del pensamiento, del analista.

En la Biología, sin embargo, la cosa cambia. Es ya una ciencia del hombre, como neurofisiología (¿pero no era en Pavlov “ciencia de los perros”?). El ojo y el cerebro son partes de una estructura cerebral, de un analizador en el sentido biológico, que para Lapassade funcionan casi como dispositivo, pero que en realidad son analizadores naturales. El ojo no piensa, como tampoco la célula. Sin embargo ambos, ojo y célula, realizan transformaciones para el equilibrio entre el organismo y el medio, según la concepción pavloviana.

El trabajo de Remi Hess no es muy diferente de esta concepción. Los analizadores neurofisiológicos son sistemas o estructuras que analizan al mundo exterior (lo descomponen):

El empleo del término analizador por Pávlov es muy frecuente… El aparato orgánico que analiza al mundo exterior: he ahí un nuevo analizador. La retina y el oído son analizadores que dependen del sistema nervioso. Los segmentos inferiores del sistema nervioso gobiernan a los analizadores (térmicos, mecánicos, reflejos simples) (Hess, 1979, pág. 179).

Como vemos, el concepto de analizador que Lapassade y Hess encuentran en Pavlov es un concepto similar al de la Física: descomposición del objeto. No obstante, una reflexión un poco más detenida sobre el planteamiento de Pavlov indicaría la presencia de elementos que encontraríamos más desarrollados posteriormente, en el pensamiento de Castoriadis.

Efectivamente, para Castoriadis una característica de lo viviente es el para sí. El para sí estaría definido como el ser fin de sí mismo. Y dice Castoriadis que con la autofinalidad va un mundo propio. Lo viviente no puede existir sin construir su propio mundo. Y esta construcción supone la presentación, es decir, una puesta en imagen, así como una puesta en relación:

Una información efectiva es siempre una presentación, en consecuencia siempre una puesta en imagen, y una imagen no puede nunca ser un átomo, sino ya, siempre y también puesta en relación: comporta, indisociablemente, “elementos” (en número por demás indeterminado) y su modo de co-pertenencia… Podemos denominar a esta función de lo viviente función cognitiva[4], con la condición de comprender que une indisociablemente las dos dimensiones: el hacer imágenes y el vincular. (Castoriadis, 1992, pág. 124).

Para Castoriadis, el ser para sí de lo viviente, la autofinalidad, no es simple reflejo ni automatismo. Hay siempre la construcción de un mundo, que le permite estar en el mundo, y es su condición de supervivencia. Esta función cognitiva, la puesta en imágenes y la puesta en relación, produce dos determinaciones de lo viviente: el afecto y la intención, en lo cual no nos detendremos. La cuestión es que el para sí de lo viviente, su autofinalidad, supone entonces la representación, el afecto y la intención.

Tampoco nos detendremos en la discusión sobre la capacidad de la célula o de los organismos primitivos para desarrollar una función cognitiva o en su caso una representación. El planteamiento de Castoriadis es un planteamiento filosófico que implica una manera de leer los resultados de la investigación científica. En esta perspectiva, la perspectiva pavloviana plantearía los elementos de una función cognitiva de lo viviente en los mamíferos superiores, por decir lo menos.

La perspectiva filosófica enunciada obligaría, entonces, a actualizar de alguna manera la lectura socioanalítica del descubrimiento pavloviano. No hay una evolución que nos llevara de un concepto de analizador en tanto descomposición de los objetos, sino que tal descomposición no es más que un momento en el proceso de construcción de un mundo propio. En el plano de la Fisiología, Pavlov indicaba ya esta dirección, cuando apuntaba que los analizadores, en tanto estructuras neurofisiológicas, estaban destinados a elaborar procesos complejos de análisis y síntesis. No nos ofrece mayor información sobre los resultados de dichos procesos -que para diversas corrientes psicológicas se constituyen como los elementos materiales de la cognición-. Más bien, la hipótesis fisiológica estaría encaminada a elaborar los modelos desde los cuales podría comprenderse el reflejo condicionado.

La perspectiva filosófica castoridiana, sin embargo, nos obliga a repensar las condiciones desde las cuales trabajamos los descubrimientos en los campos disciplinarios vecinos. A diferencia de los planteamientos de Lapassade y de Hess, la temática pavloviana no nos muestra un estado primitivo del concepto de analizador, ni los límites disciplinarios en los que lo encierran sus objetos. Al contrario, el concepto de analizador en la obra de Pavlov mostraría, en el corazón de lo viviente, la construcción de un mundo de representaciones, afectos e intenciones como condición de su existencia.

Guattari y el concepto de analizador

Un antecedente mucho más cercano del concepto de analizador en el Análisis Institucional es el analizador en el planteamiento de Félix Guattari. No resulta fácil describir dicho concepto en la concepción de este autor. En principio, la idea de un analizador en el pensamiento guattariano nos remite al propio concepto de análisis. Este concepto estaría directamente trasladado al Análisis Institucional.

Lapassade y Guattari protagonizaron un debate alrededor de la paternidad del concepto de Análisis Institucional. La idea de un análisis institucional aparece para el primero a partir del trabajo de intervención desde los pequeños grupos, en el sentido de los grupos de formación o T-Groups. El contenido político de estos métodos grupales en el contexto francés de los tempranos años 60 llevó a Lapassade a pensar sobre las posibilidades de liberación que estaban implícitas en el dispositivo. Bien pronto, la no-directividad que se sostenía como recurso técnico se fue transformando en una autogestión como dispositivo de provocación del análisis institucional. El análisis de la institución del análisis en los pequeños grupos fue el punto de partida de un análisis institucional. Dicho análisis partía del obstáculo institucional que se producía en el proceso de los grupos en autogestión. El límite del análisis del grupo se encontraba en la institución. La escena no analizable en el grupo era la propia escena fundante.

En el caso de Guattari, el análisis institucional derivaba de la posibilidad de generar dispositivos analizadores de la alienación, no sólo la alienación mental de los pacientes del hospital,[5] sino de la alienación generalizada como condición subjetiva necesaria en el capitalismo.

Decía Deleuze, en su introducción al libro de Guattari Psicoanálisis y transversalidad (Guattari, 1976):

Es evidente que una máquina revolucionaria no puede contentarse con luchas locales y puntuales: hiperdeseante e hipercentralizada, debe ser todo eso a la vez. El problema se refiere, pues, a la naturaleza de la unificación que debe operar transversalmente, a través de una multiplicidad, no verticalmente y de modo que aplaste esta multiplicidad propia del deseo. Vale decir que en primer lugar, la unificación debe ser la de una máquina de guerra y no un aparato de estado (un Ejército Rojo deja de ser una máquina de guerra en la medida en que se transforma en un engranaje más o menos determinante de un aparato de estado). Es decir que, en segundo lugar, la unificación se debe hacer por análisis, debe tener un rol de analizador en relación con los deseos del grupo y de la masa, y no un rol de síntesis que procede por racionalización, totalización, exclusión, etc. Lo que diferencia una máquina de guerra de un aparato de estado, es lo que diferencia un análisis o un analizador de deseo por oposición a la síntesis seudoracionales y científicas. Estas son las dos grandes líneas adonde nos lleva el libro de Guattari, y que señalan, según él, la labor teórica a desarrollar actualmente. (Guattari, 1976, pág. 16)

Los planteamientos de Guattari en torno al concepto de analizador se fueron desarrollando de manera más o menos paralela a los de Lapassade. Guattari, sin embargo, no le concedería la misma importancia –en tanto concepto- como lo haría Lapassade. En este último, el concepto mereció un libro completo de su serie de Investigaciones institucionales (Lapassade, 1979), mientras que en Guattari, la idea del analizador se encuentra más bien supeditada a su trabajo sobre la transversalidad, el grupo-sujeto y, en consecuencia, a la idea de los agenciamientos colectivos de enunciación.

Hay dos fuentes del concepto de analizador en el pensamiento guattariano: por un lado, su experiencia psiquiátrica y psicoanalítica, llevada a cabo principalmente en el hospital de La Borde, cerca de la comunidad de Cour-Cheverny, y a pocos kilómetros de los castillos de Chambord y Blois. La experiencia en La Borde es, junto con el proceso del hospital de Saint Alban, el punto de partida de la corriente de Psicoterapia Institucional. Esta corriente está indisolublemente ligada a nombres como Tosquelles y Oury, además de Guattari. Por demás está decir que entre ellos no existía necesariamente un pensamiento completamente articulado. Exploraciones diversas, proyectos en ocasiones encontrados, permitieron una experiencia muy creativa y revolucionaria en el ámbito psiquiátrico francés.

Por invitación de Jean Oury, Guattari se incorpora al hospital de La Borde desde 1955, junto con su compañera Micheline Kao. Guattari había conocido a Jean Oury a través de su hermano Fernand (uno de los creadores de la Pedagogía Institucional), de quien Guattari había sido estudiante. Así, por consejo de Jean Oury, Guattari lee por vez primera a Lacan, en 1950 (Guattari tenía entonces 20 años). En 1953 ya casi se sabía de memoria algunos de los escritos de Lacan, y por vez primera lo escucha en el Collège de Philosophie, en una conferencia sobre Goethe. En el invierno de 1954, Lacan invita a Guattari a su seminario, que se realizaba en el Hospital Sainte-Anne.[6] Fue el primer asistente no psiquiatra y no médico, en un momento en el que Lacan aún no se había convertido en un personaje parisino. Después de algunos encuentros, Guattari finalmente se vuelve su paciente, y al poco tiempo arrastró a casi todo el personal de La Borde a su diván.[7] Así, la experiencia en el hospital de La Borde estuvo completamente conceptualizada a partir de un referente, que era el psicoanálisis lacaniano. El planteamiento psicoanalítico en torno a la significación y el sentido del psicoanálisis, la cuestión del deseo, pero sobre todo la crítica dirigida a las formas del sujeto alienado serían la base de sus conceptos centrales: entre ellos el de transversalidad.

Guattari, sin embargo, no deseaba mantenerse como un lacaniano. Al contrario, el sentido del análisis, para él, lo obligaba a rebasar el lacanismo. Su Anti-Edipo (Deleuze, G. y F. Guattari, 1985)[8] era una manera de pensar el lacanismo más allá de Lacan mismo (Deleuze, G. y F. Guattari, 1985, pág. 223). Entre 1950 y 1972, fecha de publicación tanto de Psicoanálisis y transversalidad como de El anti-edipo, se llevó a cabo una de las más ricas experimentaciones en el ámbito de la psiquiatría. Alrededor de los años 1962 y 1963, La Psicoterapia Institucional descubrió el papel potencialmente analítico de la institución:

Mientras que el psicoanalista se contenta con una gama de interpretación insignificante, la institución tiene como característica ser potencialmente un sujeto analizante que no coincide con un individuo. Sin embargo no llega a serlo automáticamente: la mayoría de las veces, permanece como una estructura ciega, que al actuar fundamentalmente en el registro de la alienación, remite el sujeto a sí mismo y deja al individuo en la impasse, el statu-quo. (Guattari, 1976, pág. 64).

De esta manera, el proyecto de la Psicoterapia Institucional se va aclarando: convertir a la institución en el eje analítico de la enfermedad. La institución que deviene sujeto es necesariamente institución analizadora:

-El hospital psiquiátrico es una estructura completamente sometida a los diferentes órdenes sociales que los soportan: el estado, la seguridad social, etc. Fantasmas de grupo se constituyen en torno del presupuesto, de la enfermedad mental, del psiquiatra, del enfermero, etc. No obstante puede crearse localmente, en un servicio, un objeto desligado que provoca una modificación profunda de esta fantasmatización. Este objeto puede ser, por ejemplo, el club terapéutico. Supongamos que este club es el objeto institucional (el objeto “a” de Lacan tomado a nivel institucional) que permitirá enganchar un proceso analítico. Veremos que la estructura analítica, el analizador, no es el club terapéutico mismo, sino algo que está suspendido de este objeto institucional, que en otra parte he designado como vacuola institucional. Podrá ser, por ejemplo, un grupo de enfermeros, psiquiatras o enfermos, quienes constituyan esta estructura analítica, vacuólica, campo de lectura de los fenómenos inconscientes, y que hará existir por un tiempo a un grupo-sujeto dentro de la estructura masiva del hospital psiquiátrico. (Guattari, 1976, págs. 192-193).

La segunda fuente del concepto de analizador en Guattari tiene que ver con su experiencia militante. No es posible pensar la obra de Guattari sin su experiencia militante revolucionaria. Desde muy joven, se le conoció por su participación y organización de bandas juveniles en su barrio (Garenne-Coulombes, donde vivía una parte importante de los obreros y trabajadores de la empresa Hispano-Suiza, fábrica de automóviles de lujo y motores para aviación de origen catalán, que desarrollaba en Francia la producción de motores desde los años 20, y que había sido uno de los reductos de diferentes organizaciones políticas de izquierda –comunistas, trotskistas, etc.-). Fue rechazado varias veces de las escuelas, por sus problemas de comportamiento. Finalmente, en el liceo, conoce a Fernand Oury, discípulo de Célestin Freinet, quien le mostraría un mundo distinto al de la rigidez materna, y que sería una figura especial para él, un guía de la vida. Fernand Oury era, a su vez, animador en los Albergues Juveniles;[9] cayó prisionero de los alemanes durante la guerra, y Guattari pudo establecer nuevamente contacto con él al finalizar la conflagración. (Dosse, 2007, págs. 37-38). El ambiente de los Albergues Juveniles en la inmediata posguerra (Guattari tenía 15 años) era muy intenso. Allí tuvo sus primeras experiencias con mujeres, y también obtuvo los inicios de una formación como animador cultural, y líder político y sindical. Desde 1945, Guattari inició su militancia en el Partido Comunista Francés, aunque su tendencia era mucho más libertaria.

Efectivamente, en 1948 Guattari se vuelve militante del Partido Comunista Internacionalista (trotskista). La militancia en ese partido estuvo fuertemente influenciada por la relación que Guattari establece con Raymond Petit y Roger Panaget, comunistas libertarios que gestionaban grupos de recreación con jóvenes de Hispano-Suiza, y que utilizaban para ello la red de los Albergues Juveniles. El dispositivo de los viajes y encuentros de este grupo rompía las barreras jerárquicas, y permitieron el anudamiento de fuertes amistades entre los jóvenes. Esta experiencia sedujo a Guattari, y desde allí se replanteó su militancia (Dosse, 2007, págs. 39-44). Participó en las discusiones y el apoyo a la revolución que se desarrollaba en Yugoslavia con el mariscal Tito, cultivó el entrismo y viajó a China poco después de la revolución, entre otras cosas. Se vuelve un crítico radical del estalinismo:

Por esa época mi participación activa en las residencias de los albergues de juventud me había acercado poco a poco al PCI (partido trotskista antes de la gran escisión de 1951). Pero mi actividad seguía siendo aún ambivalente: por un lado, la atracción de los pequeños cenáculos llenos de humo, las discusiones estratégico-mundiales (“Aquí, no somos nada, ¡pero en Ceylán y en Bolivia los camaradas ya casi han tomado el poder […]!”), luego el anuncio de una nueva escisión y otra vez la desesperanza… Por otro lado estaban los “compañeritos ajistas”, los círculos más dinámicos de La Garenne, Courbevoie, Suresnes, Puteaux y, de hecho, una coexistencia más que pacífica, amigable incluso, con los jóvenes militantes locales de la UJRF y del PCF, por la sencilla razón de que nos conocíamos desde la escuela, porque los albergues eran mixtos y porque había entre nosotros chicas muy lindas, ¡mientras que en las UJ!... (Guattari, 1976, pág. 305).

En esta militancia juvenil, Guattari participaría tanto en los grupos de origen obrero, en medio de la presión de diferentes grupos y partidos de izquierda para definir la política proletaria, como en grupos universitarios, en células del PCF formadas por estudiantes de La Sorbona. Guattari había desertado de sus estudios de farmacia, para inscribirse en Filosofía, precisamente en La Sorbona. Allí inicia la redacción de la Tribune de discussion, boletín interno del PCF, realizado por militantes del PCI (trotskista) establecidos en La Sorbona desde la estrategia del entrismo, entre los que figuraban sus amigos Lucien Sebag, Michel Cartry y Alfred Adler. Este boletín fue muy exitoso, su influencia bien pronto desbordaría los círculos estudiantiles de La Sorbona, y fue apoyado por intelectuales de la talla de François Châtelet y Henri Lefebvre, e incluso Jean-Paul Sartre fue parte de la lista de donantes. Este grupo se articularía con otro, que editaba un boletín denominado L’Étincelle, con quienes compartían la crítica radical del estalinismo. Después de un evento represivo, en relación a la organización de una manifestación contra la guerra de Argelia, así como las amenazas de exclusión del aparato del PCF, el grupo de L’Étincelle se disciplina, mientras que el de Guattari inicia la aventura de otro boletín, La Voie communiste, en 1958. Este boletín estuvo fuertemente comprometido en la resistencia contra la guerra de Argelia, a tal punto que los dirigentes fueron aprehendidos y encarcelados por el gobierno francés. Una vez que derivó hacia el maoísmo, Guattari se distanció, hasta su desaparición en 1965. (Dosse, 2007, págs. 46-49).[10]

Buena parte del trayecto militante de Guattari lo hizo siendo ya miembro del staff de La Borde. El hospital, incluso, fue uno de los soportes financieros de la revista y del grupo de La Voie communiste. Las descalificaciones y los anatemas del aparato del PCF, la aproximación de Guattari a las tesis lacanianas, así como su experiencia en La Borde, permitieron que éste realizara los primeros intentos de síntesis entre los aspectos subjetivos y políticos de la alienación y el análisis. En 1970, cuando escribe una carta como apéndice de un libro colectivo sobre la experiencia militante en la Hispano-Suiza, Guattari ya plantea los elementos generales que desarrollaría desde el concepto de transversalidad, y posteriormente, con Deleuze, en el Anti-Edipo:

Este grupo era algo que nadie terminaba de tragar. Es lo que, en nuestra formulación privada, llamamos un “grupo analítico”. Un grupo que se atraviesa en el orden “normal” de las cosas. Un “grupo-lapsus” que permite que el deseo de los trabajadores jóvenes se exprese: deseo de terminar con el formalismo, con el dogmatismo, con los modos de actuar burocráticos, que se termine con esas reuniones en las que uno se pudre y que sólo sirven de escena teatral para las exhibiciones narcisistas de los burócratas, deseo de poder hablar cueste lo que cueste de cosas verdaderas –por tanto revolucionarias-, lo que hace que los tipos no estén tranquilos, que quieran que esto cambie… (Guattari, 1976, pág. 312).

Ya se expresa en estas líneas una delimitación: el grupo analítico, el analizador, es el que produce el efecto de análisis, ese deseo de hablar de las cosas verdaderas, y por tanto revolucionarias. Es lo que en otro momento llamará una “vacuola institucional”. (Guattari, 1976, pág. 193).

El concepto de análisis

Cuando Guattari plantea su idea de analizador, ya se ha separado de una visión estrecha del análisis derivada del lacanismo, aunque es esa verdad producida desde el análisis la que le interesa encontrar en el campo social. Trata de distanciarse de las síntesis pseudoracionales que caracterizan los “análisis” más o menos institucionalizados, que han sido abandonadas por la producción deseante. Guattari produce una primera intersección de los campos de la subjetividad y la política a través de su noción del análisis. A las críticas de las síntesis pseudoracionales de los psicoanalistas corresponden también las críticas a las formas alienantes de las síntesis producidas en la dirección del movimiento obrero. Unos y otros ocultan esa verdad que produce el análisis.

Buena parte de la producción de Guattari acerca de los problemas de la militancia tiene que ver con la crítica a los reduccionismos desde los cuales se concebía la dinámica social. Las posibilidades de movilización, la generación del movimiento tenía enfrente una evidencia irrefutable: los planteamientos clásicos sobre las vanguardias revolucionarias eran planteamientos caducos, que habían llevado a los partidos y aparatos revolucionarios al inmovilismo o a posturas acríticas o de negociación de la propia alienación. Para Guattari, esas formas de operación, clásicas en el Partido Comunista, eran enajenantes. No tocaban lo fundamental de la alienación de las propias clases trabajadoras.

Esta enajenación no podía ser rebasada desde los mismos aparatos alienantes, y eso lleva a Guattari a construir una serie de conceptos desde los cuales se plantea otra idea de la movilización y de la revolución. Crítico del devenir de la Unión Soviética, del estalinismo así como de los totalitarismos, debe ir produciendo una serie de categorías que permitan recuperar las posibilidades de desalienación y movilización de los trabajadores.

Es el sentido del prólogo de Deleuze: se trata de crear una máquina de guerra que combata contra la estructura del Estado: máquina versus estructura. Guattari enfoca su crítica al burocratismo de las organizaciones de izquierda a partir de otra concepción del capitalismo, que se distanciaba de las perspectivas dominantes, básicamente economicistas. Los trabajos sobre la alienación de la clase obrera eran fundamentales:

La lucha de clases ya no pasa simplemente por un frente delimitado entre los proletarios y los burgueses, fácilmente localizable en las ciudades y aldeas; está igualmente inscripta en muchísimos estigmas sobre la piel y la vida de los explotados, por las marcas de la autoridad, de rango, de nivel de vida; es preciso descifrarla a partir del vocabulario de unos y otros, su modo de hablar, la marca de sus coches, la moda de sus vestimentas, etc. ¡No termina nunca! La lucha de clases ha contaminado con un virus tal la actitud del maestro con sus alumnos, la de los padres con sus hijos, la del médico con sus enfermos; ha ganado el interior de cada uno de nosotros con su yo, con el ideal de standing que creemos es deber darnos a nosotros mismos. Ya es tiempo de organizarse en todos los niveles para hacer frente a esta lucha de clase generalizada. Se ha tornado imperativo elaborar una estrategia para cada uno de estos niveles, puesto que se condicionan mutuamente. De qué serviría, por ejemplo, proponer a las masas un programa de revolucionarización antiautoritaria contra los caudillitos y compañía, si los militantes mismos siguen siendo portadores de virus burocráticos sobreactivados, si se comportan con los militantes de otros grupos, dentro de su propio grupo, con sus allegados o bien cada uno por sí mismo, como perfectos canallas. (Guattari, 1976, pág. 320).

Es aquí donde se estrellan las estrategias de movilización tradicionales: los llamados a la revolución se extinguen en las estructuras burocráticas del partido, de la vanguardia revolucionaria condenada a reproducir las estructuras que el movimiento pretende negar. Por ello, Guattari plantea que es necesario organizar de manera diferente el movimiento. La unificación es necesaria (por eso deben dejar de ser mis grupos, mi movimiento), pero es la unificación que debe resultar del análisis, de la producción de una verdad:

El trabajo de los revolucionarios no es de trasportar la palabra, de mandar a decir las cosas, transferir modelos e imágenes; su trabajo es decir la verdad allí donde estén, sin más ni menos, sin agregarle nada, sin trampear. ¿Cómo reconocer este trabajo de la verdad? Es muy sencillo, hay un truco infalible: la verdad revolucionaria existe cuando nada puede ensuciarnos, cuando tenemos ansias de saber de qué se trata, cuando ya no existe el miedo, cuando nos vuelven las fuerzas, cuando se está dispuesto a arremeter hasta el fondo, sin importarnos lo que ocurra, incluido el riesgo de reventar. Es después de haber surgido la verdad cuando la teoría y la organización podrán sacarse toda su mierda. Éstas terminan siempre por reencontrar y recuperar las cosas, con riesgo de deformarlas y de mentir. La autocrítica hay que hacerla siempre a la teoría y a la organización, pero nunca al deseo. (Guattari, 1976, pág. 321).

El análisis, así, debe hacer emerger la verdad del deseo, que es una energía de producción.

El problema aparece entonces en múltiples planos al mismo tiempo. Por ello la transversalidad. Esos no son los diferentes planos de la organización. Encontrar al deseo es una operación que implica la organización y la subjetividad, que implica al grupo y a la institución, al individuo y a la historia. ¿Hay entonces una vanguardia revolucionaria que pueda realizar dicho trabajo de análisis? ¿Existiría la posibilidad de generar ese hiperanalista que fuera capaz de analizar la alienación del movimiento obrero, de grupos singulares de trabajadores, desde esta posibilidad de reencontrar el deseo, más allá y más acá de nuestra propia alienación?

Guattari, de inicio, considera que esta posibilidad no supone la generación de especialistas del deseo y de la subjetividad. Tampoco podría ser la resultante de la actividad de tal o cual organización o institución. No es un “buen” partido comunista lo que puede generar estos procesos de verdad en el movimiento, ni un “buen” hospital psiquiátrico el que pueda funcionar como analizador de la alienación o la enfermedad de los sujetos psiquiatrizados.

El análisis debe producir un corte de lo político en relación con la demanda alienada. El concepto de análisis se sitúa francamente en función de las tareas de revolucionar las formas instituidas y alienadas de la sociedad, pero es básicamente un trabajo que tiene que ver con la praxis cotidiana. Ese trabajo Guattari lo encuentra tanto en el hospital como en la militancia.

En el hospital, Guattari, desde principios de los años 60, había destinado buena parte de sus esfuerzos para entender ese lapsus institucional que representaban los grupos sujeto. Ginette Michaud, desde fines de los años 50, impulsó a Guattari a escribir sobre el tema de la transversalidad (del cual ella sostiene la autoría). (Dosse, 2007, pág. 66). Guattari había trabajado mucho sobre la idea de Tosquelles, en el sentido de convertir al hospital en un eje de cura. Había que “curar” al hospital desalienando las relaciones entre los diferentes actores o miembros de la institución. Sin embargo, a partir de su práctica en La Borde, Guattari descubre que el trabajo de análisis no podía ser llevado a cabo por el psiquiatra, ni por ningún grupo que se especializara en esa tarea:

Esta primera demarcación tendía pues a oponer el análisis institucional a una psicoterapia institucional microsociológica entendida en el sentido de la vieja consigna tosqueliana: “Conviene ante todo curar el hospital desalienando las relaciones sociales, teniendo reuniones con los enfermos, impulsando cooperativas, clubes intrahospitalarios, etc…” (Guattari F. , 1981, pág. 99).

En el hospital, el grupo sujeto es un grupo que se constituye como grupo analizador. Es un grupo que no puede ser estructura, sino evento, o más precisamente máquina, máquina de guerra. Es un grupo que se constituye a la manera de una vacuola institucional, que ha operado un distanciamiento: se coloca un poco por fuera de las estructuras de alienación.

Dice Guattari que ese grupo sujeto no es un servicio, como pudiera ser el club hospitalario. Es más bien un grupo que se constituye desde allí, y que se va produciendo como un agenciamiento colectivo de enunciación. Esta enunciación se produce a partir de la ruptura de las estructuras alienantes, de ese corte que se posibilita a partir de la ruptura de las subjetividades alienadas y que permite la emergencia del deseo:

El análisis de la demanda es como un ácido que desoxidara lo acontecimiental para afinar su filo, de manera tal que pueda abrir la subjetividad social al deseo, y que además, no cesara de inyectar la singularidad, lo imprevisto, hasta el sin-sentido en la coherencia del discurso político. (Guattari F. , 1976, pág. 234).

El análisis supone entonces una práctica en el campo social, una práctica que más adelante Deleuze y Guattari denominarán una revolución molecular. Es una revolución que no puede esperar el Gran Día, esa especie de apocalipsis secularizado desde el cual se representó la idea de revolución social. Más bien se trata de pequeñas desterritorializaciones, de distanciamientos, de análisis y transformaciones de las realidades más inmediatas, de los lugares donde anida la alienación en la vida cotidiana. El análisis no es sólo una producción discursiva: es eso que sucede cuando la emergencia del deseo nos permite resignificar nuestras realidades. No hay análisis sin resignificación. Y tampoco hay análisis sin intervención, sin una transformación de la realidad social.

Sólo un grupo comprometido en una praxis revolucionaria puede funcionar a título de vacuola analítica, adyacentemente a los procesos sociales, sin una vocación hegemónica, sin otra pretensión que la de hacer avanzar la verdad por senderos en los que por lo común nunca se interna. Sólo una actividad analítica que se perfile en el fondo de una praxis revolucionaria podría pretender una verdadera exploración del inconsciente por la sencilla razón de que el inconsciente no es otra cosa que lo real por venir, el campo transfinito de potencialidades ocultas por cadenas significantes abiertas, o que esperan abrirse y ser articuladas por un agente real de enunciación y efectuación. (Guattari F. , 1976, pág. 235).

El deseo, la intervención, el analizador

En el planteamiento de Guattari, el proceso del análisis se produce en el corte o la fractura de una subjetividad social alienada que desde allí produce su demanda, que permite el pasaje a lo político y abre dicha subjetividad al deseo. Sin embargo, la idea guattariana del deseo se distingue de las formas que apareció tanto en la filosofía como en la psiquiatría y en el psicoanálisis. En estas perspectivas sobre el deseo, éste se sustenta en una carencia o una falta, lo que lo obliga a representarse básicamente como producción fantasmática.[11]

…la necesidad es definida por la carencia relativa y determinada de su propio objeto, mientras que el deseo aparece como lo que produce el fantasma y se produce a sí mismo separándose del objeto, pero también redoblando la carencia, llevándola al absoluto, convirtiéndola en una “incurable insuficiencia de ser”, una “carencia-de-ser que es la vida”. De donde, la presentación del deseo como apoyado en las necesidades, la productividad del deseo continuando su hacer sobre el fondo de las necesidades, y su relación de carencia de objeto (teoría del apoyo o anaclisis). En una palabra, cuando reducimos la producción deseante a un problema de fantasma, nos contentamos con sacar todas las consecuencias del principio idealista que define el deseo como una carencia, y no como producción, producción “industrial”. (Deleuze, G. y F. Guattari, 1985, pág. 33).[12]

Este concepto “idealista” del deseo encierra la subjetividad en un círculo alienante: la demanda es demanda de consumo capitalista, no sólo de bienes y servicios, no sólo de objetos materiales, sino también de símbolos y procesos de despolitización. Esto llevaría, en cierto momento, a que Guattari describiera dos tipos de subjetividad: una subjetividad obrera reformista (la de las masas de obreros reformistas, en búsqueda de ascenso social en las formas establecidas del capitalismo), y una subjetividad revolucionaria (de los grupúsculos revolucionarios). El análisis, según Guattari, podría situarse en la adyacencia de estos grupos militantes y grupos profesionales (por ejemplo, en el hospital psiquiátrico).

No obstante, frente a esta concepción enajenada del deseo, aparecería otra, el deseo como producción:

Si el deseo produce, produce lo real. Si el deseo es productor, sólo puede serlo en realidad, y de realidad. El deseo es este conjunto de síntesis pasivas que maquinan los objetos parciales, los flujos y los cuerpos, y que funcionan como unidades de producción. De ahí se desprende lo real, es el resultado de las síntesis pasivas del deseo como autoproducción del inconsciente. El deseo no carece de nada, no carece de objeto. Es más bien el sujeto quien carece de deseo, o el deseo quien carece de sujeto fijo; no hay más sujeto fijo que por la represión. El deseo y su objeto forman una unidad: la máquina, en tanto que máquina de máquina… No es el deseo el que se apoya sobre las necesidades, sino al contrario, son las necesidades las que se derivan del deseo: son contraproductos en lo real que el deseo produce. (Deleuze, G. y F. Guattari, 1985, págs. 33-34).

La idea de que no hay sujeto fijo más que por represión tiene efectos de suma importancia. Marcaría un pasaje en el pensamiento de Guattari en torno a los grupos, así como un replanteamiento sobre las posibilidades del análisis, y con ello del analizador.

Si recapitulamos un poco, vemos que la idea de analizador en el pensamiento guattariano está referida a un grupo, a un colectivo o a un dispositivo[13] que tendrían la posibilidad de crear o producir un análisis de la situación, de la sociedad y de sus instituciones. Ese análisis no debe entenderse únicamente como un producto discursivo en el sentido más limitado del término. El análisis que estas instancias producirían es una descolocación frente a lo existente, una resignificación del mundo tal como nos aparece. Es un análisis que nos distanciaría de nuestras representaciones alienadas y desmovilizadoras, ésas que nos mantienen atrapados en la órbita del capitalismo y que desmovilizan las fuerzas de transformación.

Por ello es un análisis que se distingue de las síntesis pseudoracionales que producen los especialistas, así como de las mistificaciones derivadas de la contemplación y el inmovilismo. No se puede analizar sin intervenir. La descolocación y deslocalización del sujeto analizador no sólo refieren a una manera de mirar al mundo, de entenderlo, sino también a una forma de estar en él, de transformarlo. El analizador sólo se puede constituir en la acción.

Frente a las aporías y los impasses que derivaron de la ruptura de estos grupos-sujeto, estos grupos que tienen la vocación de ejercer su propia autonomía, de enunciar su propia ley, se sucedieron diversos deslizamientos en el planteamiento de este huidizo y nómada sujeto del deseo. Así, por ejemplo, se observa un cambio que rechaza la posibilidad de pensar esa vacuola institucional que son los grupos-sujeto como una estructura:

Es como si la historia no dispusiera, para recuperar su diacronía, más que de puntos de apoyo contingentes al modo de esos cortes actualizados, más o menos inconscientemente, por los agentes colectivos de enunciación que son los grupos-sujetos, en este caso, para el período contemporáneo, los grupos militantes. (Guattari F. , 1976, pág. 225).

Estos agentes colectivos de enunciación ya desplazan el lugar del sujeto. El sujeto del deseo no es más ese grupo-vacuola institucional: es un grupo acontecimiento, es el deseo que, en un momento dado, transita por el grupo y permite la emergencia de una enunciación a través de un agente: el análisis. Esta idea del análisis atravesaría incluso las formas más clásicas del psicoanálisis, e incluso el análisis lacaniano: podemos estar años en el dispositivo psicoanalítico sin analizarnos. Podemos formar los grupos de estudio o de análisis que se quieran, sin que esto garantice que haya análisis.

La eventualidad de la aparición de estos sujetos del análisis, de los analizadores, dependería, en otra formulación de Guattari, de aspectos más amplios, que estarían contenidos en el concepto de dispositivo:

El análisis sólo tendrá sentido si deja de ser el asunto de un especialista, de un individuo psicoanalista o incluso de un grupo analítico, que se constituyen, todos ellos, como una formación de poder. Pienso que debe llegar a producirse un proceso que surja de lo que he llamado dispositivos de enunciación analíticos. Dichos dispositivos no están compuestos solamente de individuos, sino que dependen también de cierto funcionamiento social, económico, institucional, político, micropolítico… El dispositivo analítico no concierne pues, aquí, únicamente a individuos, grupos, locutores reconocidos, sino también a componentes socioeconómicos, componentes tecnológicos, ambientales, etc., los más diversos y heterogéneos. (Guattari F. , 1981, pág. 103).[14]

Esta noción de dispositivo, al mismo tiempo que rompe la idea de sujeto como estructura, permite incorporar otros elementos, humanizándolos. La tecnología, el equipamiento urbano, otros componentes socioeconómicos, dejan de ser esas formas alienadas que Sartre describiría como lo práctico-inerte, y se vuelven a investir de deseo, se rompe su reducción al signo, para reconstituirse como metáforas que señalan lo posible.

El sentido del analizador, en Guattari, se encuentra íntimamente ligado a la intervención, a la transformación y a la revolución:

Nada es neutro en el análisis. Un paciente puede guardar silencio durante años sobre el diván: ¡eso no quiere decir que el analista “no intervenga”! En realidad lo que hace es avalar cierto estado de hecho, aún por el solo hecho de mantener la idea de que un puro efecto de discurso podrá interactuar con el inconsciente. Se supone que siempre pasa algo en el análisis, aun cuando no pase nada. ¡Sobre todo cuando no pasa nada! ¡Un mínimo de honestidad consistiría en renunciar a este bluf!... La neutralidad es una trampa: siempre se está comprometido. Vale más tomar conciencia de ello para contribuir a que nuestras intervenciones sean lo menos alienantes posibles. Más que conducir una política de sujeción, de identificación, de normalización, de control social, de encarrilamiento semiótico de las personas con quienes tenemos que ver, es posible escoger, por el contrario, una micro-política que consiste en hacer presión, a pesar del poco peso que se nos ha conferido, en favor de un proceso de desalienación, de una liberación de la expresión, de un empleo de “puertas de salida”, es decir, de “líneas de fuga” con respecto a las estratificaciones sociales opresivas. (Guattari F. , 1981, pág. 113).

Las ideas sobre el análisis institucional, sobre los grupos, la transversalidad, sobre el deseo, pesaron bastante no únicamente en la construcción del corpus teórico de la corriente socioanalítica del Análisis Institucional, sino también en su vocación instituyente. A pesar del rechazo de Guattari en relación a la utilización e integración de estos conceptos en el ámbito universitario y en las formas codificadas de intervención como el socioanálisis, algunos de éstos formaron parte sustancial del corpus socioanalítico.

Posiblemente, tanto el esquizoanálisis guattariano como el socioanálisis de Lapassade y Lourau son expresiones del mismo espíritu de la época: dejar la contemplación, “hacer presión, a pesar del poco peso que se nos ha conferido, en favor de un proceso de desalienación”. Cuando escribo estas líneas, me interrogo por la extraña actualidad de estos planteamientos.

 

Bibliografía

Castoriadis, C. (1992). El psicoanálisis, proyecto y elucidación. Buenos Aires: Nueva Visión.

Deleuze, G. y F. Guattari. (1985). El anti-edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona: Paidós Ibérica.

Dosse, F. (2007). Gilles Deleuze Félix Guattari. Biographie croissée. Paris: La Découverte.

Guattari, F. (1976). Psicoanálisis y transversalidad (1a. ed.). Buenos Aires: Siglo XXI.

Guattari, F. (1981). Entrevista. En J. Ardoino, La intervención institucional (págs. 93-122). México: Folios ediciones.

Hess, R. (1979). El analizador en la institución. En G. Lapassade, El analizador y el analista. Barcelona: GEDISA.

Lapassade, G. (1979). El analizador y el analista. Barcelona: GEDISA.

Manero, R. (Abril de 2013). Introducción a los conceptos básicos del Análisis Institucional. Revista sujeto, subjetividad y cultura(5), 6-20.

Simondon, G. (1989). L'individuation psychique et collective. Breteuil-sur-Iton: Aubier.

Zumalabe, J.M. y A. González. (Marzo de 2005). Una aproximación histórico-conceptual a la neurociencia de I.P. Pavlov. Boletín de Psicología (83).


 

[1] Profesor-investigador del Departamento de Educación y Comunicación. Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.

[2] Actualmente, los dispositivos analizadores de la Física y de la Química son mucho más sofisticados: el aparataje de observación cósmica de los astrónomos, por ejemplo, rompen con la vieja idea romántica del telescopio. Mientras menos espacio se otorgue a la percepción humana mayor precisión en la observación. La descomposición de la luz, y en general, de todo tipo de radiación proveniente del Universo es fundamental para el estudio astronómico. Asimismo, en la Física, los grandes aceleradores de partículas resultan fundamentales para la puesta a prueba de las más atrevidas hipótesis sobre la constitución de la materia y la comprensión de la energía. De todas maneras, encontramos aquí analizadores que operan a partir de la descomposición, pero también de la simulación.

[3] Será desde estos planteamientos que Simondon elaborará el concepto de transducción (Simondon, 1989).

[4] Las negritas son mías. RM.

[5] El trabajo de Guattari se desarrollaba a partir de un terreno propiamente psiquiátrico, en el Hospital de La Borde.

[6] Este hospital es el buque insignia de la psiquiatría francesa. Allí se descubrió el primer neuroléptico (Largactil), y en él han impartido cursos grandes psiquiatras y psicoanalistas. Entre sus pacientes célebres, está nada menos que Antonin Artaud, quien fue internado en este hospital antes de ser enviado a Ville-Évrard y posteriormente a Rodez. Allí también fue internado Louis Althusser.

[7] Los datos biográficos sobre Guattari los obtuve del libro de François Dosse, Gilles Deleuze Félix Guattari. Biographie croisée, La Découverte, Paris, 2007.

[8] El original francés, publicado por Les éditions de minuit, es de 1972.

[9] Estos albergues constituyeron la única posibilidad de vacacionar para los hijos de las clases trabajadoras hacia finales de la segunda guerra. De origen cristiano, poco tiempo después de su inicio se creó una rama laica, promovida por algunos personajes como Leo Lagrange, (fundador del Partido Socialista Francés), quien fue su presidente en 1938.

[10] Alrededor de estas fechas (en 1966) tuvo lugar la autodisolución de la revista Socialismo o Barbarie, animada principalmente por Castoriadis.

[11] La perspectiva lacaniana del deseo podría ser la forma más elaborada de este planteamiento.

[12] La crítica al concepto de deseo basado en la idea de carencia o falta resulta paralela, en cierto momento, a la crítica castoridiana al imaginario especular. No obstante, el paralelismo desaparecería en cuanto que Castoriadis efectivamente formula una imaginación radical, magma de representaciones, que da origen al mundo psíquico, distinto al imaginario social, magma de significaciones imaginarias sociales que es creación de lo social. Para Deleuze y Guattari, el deseo es productor en realidad de realidad.

[13] Estos tres elementos se fueron expresando a lo largo de su obra.

[14] En esta modificación de su idea alrededor del sujeto y el deseo, Guattari sale de la órbita más lacaniana, y se desliza a planteamientos vecinos a Foucault.

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