Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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Supervisión y Grupo, por Emilio Irazábal


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SUPERVISIÓN Y GRUPO [1]

 Emilio Irazábal Martin [2]

 

Supervisar es el proceso o actividad que se inicia cuando solicitamos a un profesional que nos ayude a pensar en algunas dificultades que nos encontramos en nuestra tarea. Este profesional tiene que poseer mayor experiencia que nosotros y/o una distancia emocional superior a la nuestra, respecto al tema que nos preocupa. Puede tener esas dos condiciones o sólo una de ellas.

El modelo de supervisión

Para muchos de nosotros, la referencia de lo que es una supervisión, de su encuadre y funcionamiento, es la supervisión psicoanalítica (2). Es la que hemos aprendido y es la que hemos realizado en gran parte de nuestra formación.

Pero con el transcurrir de los años este modelo se ha ido modificando. Las prácticas grupales se han extendido en muchos servicios públicos de salud y socio comunitarios. Al mismo tiempo, y consecuentemente, el trabajo en equipo se ha ido convirtiendo en algo muy necesario aunque muy difícil. El equipo va ocupando el lugar de instrumento de trabajo principal y es en torno a ello que se suceden las actuales demandas de supervisión y empezamos a ver cómo este modelo de supervisión muestra sus limitaciones ante la complejidad de las situaciones que se presentaban a su orientación. Ese modelo clínico individual va cediendo espacio a un modelo de supervisión más grupal y psicosocial.

En este cambio de modelo de supervisión, la Concepción Operativa de Grupo está realizando significativas aportaciones (10, 15, 16, 17, 19, 20 y 25). El trabajo de muchos años de estudio, investigación y desarrollo de las teorías suscitadas por Pichon-Rivière empieza a dar sus frutos. Mucho de lo que él nos enseñó y transmitió se pone en juego en gran parte de las situaciones que se presentan a supervisión. Estoy pensando en temas tan centrales como la importancia de visualizar al equipo en la relación con su tarea, también la insistencia en que el aprendizaje y la terapia son asuntos difíciles de separar y, sobre todo, la importancia de entender el caso o el problema como un emergente de grupo y de comunidad (Teoría de los Ámbitos).

Actualidad de la supervisión

La supervisión es un paso necesario hacia la independencia del profesional como terapeuta y/o coordinador de grupos.

Otras veces la supervisión es usada por el profesional ya experimentado, en determinados momentos de su práctica profesional.

Es una actividad altamente beneficiosa por el apoyo que supone. También es una actividad comprometida por el grado de implicación que entraña.

Su interés va creciendo poco a poco entre un colectivo muy amplio de profesionales (psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeras/os, educadores sociales, terapeutas ocupacionales,…).

Resulta muy positivo este crecimiento porque afronta alguno de los peligros que tienen nuestras profesiones, ya sea la omnipotencia o los males provenientes del secretismo que rodea nuestro quehacer, sobre todo cuando nos encerramos en el despacho con el paciente y nadie más sabe lo que hacemos y cómo lo hacemos.

Distintos orígenes y distintos modelos de supervisión

El psicoanálisis siempre se preocupó de este tipo de comunicación entre colegas, aunque fuera de manera informal. Los intercambios de Freud con Breuer, Fliess, Steckel, Jung,… pueden ser considerados como las primeras supervisiones psicoanalíticas de las que se tiene noticias.

Con la creación de los Institutos de Formación Psicoanalíticos, en la década de 1920-1930, la supervisión psicoanalítica se formaliza y se convierte en uno de los puntales de la transmisión de la doctrina y principios psicoanalíticos (11) (2).

La supervisión psicoanalítica hace énfasis en lo clínico-individual: “… a grandes rasgos, supervisar es someter a un tercero, un analista experimentado, el relato de una sesión con las referencias pertinentes al caso de que se trate y, fundamentalmente, la relación transferencial que dicho caso implica” (1).

Una definición más exhaustiva y con la que resulta fácil identificarse, la encontramos en las palabras de Marie Langer: “La supervisión es un tipo de actividad esencial en el proceso de aprendizaje basada en el estudio conjunto de un material que describa la interacción entre un/a terapeuta y su paciente o entre un grupo y su coordinador/a. Este proceso está conectado con la construcción de la autonomía del profesional que está siendo supervisado. No es un control o un juicio, es un espacio de construcción y aprendizaje, un instrumento para transmitir procedimientos y posición de lectura, a fin de ir armando un recorrido profesional. Es una apropiación instrumental sobre una tarea concreta, trabajando sobre su desarrollo” (21).

También existe otro tipo de supervisiones, no tan centradas en lo clínico pero sí con parecida tradición. En torno a los años 1940-1950, y como resultado de los comienzos del Estado del Bienestar y la creación de los Servicios Sociales y de la profesión del trabajador social, la supervisión aparece como actividad regulada en la intervención social y comunitaria. Será un tipo de supervisión menos clínica (no hay pacientes como tales) y más centrada en los aspectos organizacionales respecto a las demandas de los usuarios:

“El ejercicio profesional de la supervisión se sitúa en dos puntos principales según sea el objetivo perseguido: una parte técnica-institucional, que se ocupa de problemáticas o situaciones que puedan ser objetivables, y otra parte relacional y clínica, donde la subjetividad y las relaciones es el objetivo principal. La evolución conceptual e instrumental de la supervisión es clara y conduce a la construcción de nuevas interpelaciones sobre las posibilidades de intervención en escenarios complejos y cambiantes… Los profesionales de lo social están inmersos en estas dinámicas relacionales de alta complejidad, derivadas de estructuras organizativas y a menudo solicitan a sus instituciones más espacios de revisión y reflexión, tanto de las estructuras organizativas en las que se mueven, como del análisis de su trabajo. Las demandas se dirigen a poder garantizar la calidad del servicio que prestan, poniendo en primer plano la reflexión distanciada de la acción como elemento imprescindible en la actividad que realizan” (3).

Ambos tipos de supervisión han caminado separados, cada uno ha realizado un recorte del sector de la realidad con la que se trabajaba, incluyendo unas cosas y excluyendo otras.

Un ejemplo: hace unos años fui contratado por el equipo de dirección de un área sanitaria de Madrid para supervisar su tarea. En las sesiones hablaban y mostraban los conflictos entre ellos. Aunque a veces preguntara por los posibles significados y consecuencias del organigrama, siempre me remitían a los conflictos de sus relaciones. Avanzado ya el proceso de trabajo con ellos, comentaron que habían contratado dos supervisores: uno para lo afectivo y otro para lo organizacional. A mí me correspondía el primer tema, y meses después pasarían a trabajar con el otro supervisor. Esto lo he visto en otros lugares, más recientemente.

Creo entender la lógica que sustenta esta separación y su fuerza de argumentación, aunque mantengo las dudas de que apostando por la separación se avance o se resuelvan más cosas que intentando procesos de integración. También puede ser que al separar aumenta la sensación de control sobre el conflicto u obstáculo:

“En algunas ocasiones, cada una de estas fases (de la supervisión) demanda un supervisor distinto. El primero con un énfasis en lo conflictual, el segundo con un énfasis en lo organizativo. Esta parcialidad en la supervisión institucional tiene una clara función de preservar el poder y protagonismo del equipo en la gestión de sus propios asuntos” (10).

Con la llegada de la psicoterapia de grupo aparecen nuevas ideas para la supervisión: el material a supervisar se hace más complejo, tanto en su registro como en su presentación; además, se hace necesario incluir en la supervisión aspectos de encuadre y de la institución donde se hace el grupo. La terapia de grupo ayuda más a integrar que a separar:

“La supervisión de la terapia de grupo en muchos aspectos es más difícil que la supervisión de la terapia individual. Memorizar el reparto de los personajes es, en sí, una tarea formidable. Además, hay tal abundancia de datos que el estudiante y el supervisor a menudo deben ser muy selectivos en sus enfoques” (4).

Un poco más tarde aparecen los estudios de psicología y análisis institucional planteando nuevos interrogantes: los dispositivos de supervisión son revisados preguntándose por el sentido y función de ellos. La demanda de supervisión es leída en clave de intervención y se la interroga, lo cual pone en marcha procesos y discursos que sin este cuestionamiento no se hubieran dado.

En sus inicios, la supervisión formaba (y forma) parte de los programas de formación, principalmente de terapeutas. Había (y hay) una obligatoriedad de realizar esa actividad.

Pero en los últimos veinte años, más tarde en España que en otros países europeos, la demanda de supervisión circula de manera más libre y con encuadres menos formalizados.

Esta nueva supervisión, estas demandas de espacios para pensar con otros lo que uno hace, desprenden un aroma muy esperanzador y pueden generar nuevos planteamientos sobre los procesos de aprendizaje (individual y grupal).

La demanda de supervisión del trabajo grupal

A pesar del aroma agradable que mencionaba, la cultura de supervisión en el ámbito de la salud mental, es bastante precaria.

En nuestras instituciones públicas no se suele evaluar explícitamente la destreza técnica ni la formación del profesional en su trabajo con grupos. No es extraño pues que no se promueva la demanda de supervisión. El profesional no se siente cuidado por la institución, aunque tampoco muy exigido.

Cuando, a través de algún liderazgo informal, se puede establecer un espacio de apoyo y autoayuda en el equipo, el profesional siempre lo agradece, si bien se hacen patentes las fuertes resistencias a entender y acercarse a lo grupal.

Nuestra forma actual de trabajar en equipo no resulta un buen modelo de trabajo en grupo, no ayuda a superar alguna de esas resistencias.

Estos espacios de ayuda así como la existencia de la supervisión, marcan una diferencia importante a cuando no existen y repercute en la calidad de la asistencia prestada, aspecto este que fue estudiado por Yalom:

“Mis colegas y yo una vez estudiamos a doce individuos que dirigían grupos en un hospital psiquiátrico. La mitad de los jefes (así llama Yalom al coordinador) recibieron una supervisión constante y también un curso de adiestramiento intenso para jefes de grupos; los otros no recibieron ninguna enseñanza. Algunos observadores neutrales calificaron a los terapeutas al principio de sus grupos, y seis meses más tarde. Los resultados indicaron que no sólo los terapeutas adiestrados mejoraron, sino que los terapeutas sin adiestramiento, al final de los seis meses, eran menos hábiles que al principio. La experiencia sola, en apariencia, no basta. Sin una supervisión y evaluación constantes, los errores originales pueden verse reforzados por la simple repetición” (4).

En España todavía sorprende esta actividad, se la enjuicia (es prejuicio) erróneamente. Los miedos y las resistencias impiden la demanda de supervisión, los miedos y las resistencias ciegan el sufrimiento del equipo o la angustia del coordinador de grupo, que no la sabe reconocer.

Además, vivimos un momento actual en que el profesional de salud mental está firmemente atrincherado, con una utilización importante de mecanismos defensivos, a veces proporcionados por la propia institución. Se busca la protección frente al surgimiento de la angustia, no el apoyo para elaborarla. En esta situación, la demanda de supervisión no suele estar bien vista, más bien es interpretada como algo exótico o como signo de debilidad e inseguridad personal.

La supervisión se vive más con temor que como liberación y alivio. Somos capaces de soportar la presión interna (y narcisista) de la perfección, de pensar que hacemos las cosas muy bien, antes que realizar la demanda de ayuda y compartir con otros nuestra intimidad profesional.

Nos cuesta experimentar el alivio y descanso que produce el saber que cometemos errores, nos resulta difícil desembarazarnos de la tensión y ansiedad que produce el creer que lo hacemos todo bien y que no necesitamos ayuda. De alguna manera, nos autoexplotamos y nos alienamos en esa creencia (5).

El supervisando

Hace un tiempo, solicité a algunas personas que habían supervisado conmigo su opinión sobre su experiencia. Transcribo uno de los comentarios:

“La supervisión es como respirar. Sobre todo cuando te enfrentas sola a los grupos. Sin observador, sin co-coordinador, sin nadie que te pueda a veces ofrecer otra perspectiva. Yo siento que te pierdes más cosas y ahí es donde entra la supervisión. ¿Que has hecho algo mal? ¿Que quizás podrías haber ido por otro camino? ¿Que habría que haber manejado una situación de otra manera? Pues genial darse cuenta y reflexionar para avanzar en el aprendizaje. Y luego eso, el no sentirte solo con tus grupos. Al menos en mi caso así ha sido. Entre mis compañeros, quedaba como si eso nunca hubiese sucedido, nadie te pregunta. La supervisión te hace sentir que no estás solo. Y te da fuerzas para no salir corriendo cuando muchas veces es lo que desearías. También como trabajo personal, a parte del análisis individual que también se agradece, porque los grupos a mí al menos me supusieron el mayor desgaste emocional de todo el trabajo que he realizado siempre. Mucho más que la consulta individual. La supervisión hace las veces de análisis personal en estos casos. Más, insisto, si uno esta solo.

Pensando en escribir sobre la supervisión me he dado cuenta que los grupos ha sido un trabajo mucho más difícil de lo que me suponía cuando lo hacía, mirándolo a posteriori. Un trabajo muy bonito pero muy difícil”.

Nuestra interlocutora, entre todos los comentarios que realiza, menciona una posible relación entre la supervisión y la terapia. Es otro tema importante. Recuerdo un médico que acudió a supervisar su tarea como director de una institución, y un buen día decidió definir lo que hacíamos y lo llamó psicoanálisis laboral.

A veces la línea que divide la supervisión y la terapia es muy fina. Existen supervisores que se convierten en terapeutas, terapeutas que deciden incluir en la sesión indicaciones y orientaciones al paciente sobre sus dificultades en el trabajo. Incluso dentro de la propia institución psicoanalítica existen opiniones que apoyan la conveniencia de que el analista didacta sea también el supervisor. El debate es interesante, aunque para la Concepción Operativa de Grupo no es un tema principal. Discriminar en exceso los espacios de trabajo y objetivos de éstos nunca me ha parecido que hayan insistido en ello nuestros principales maestros ( Pichon-Rivière, Bleger y Bauleo). En lo que sí han insistido es en la idea de que los procesos de aprendizaje y los procesos terapéuticos mantienen similares pautas y escollos así como persiguen parecidos objetivos. Incluso podemos llegar a pensar si son dos distintas maneras de nombrar la misma praxis.

Continuando con las reflexiones sobre el supervisando, vemos la enorme heterogeneidad (respecto a la formación, adiestramiento técnico, y por supuesto, estilos de trabajo) que existe en los profesionales que trabajamos con grupos.

Existe el profesional a quien hay que sugerir que frene sus ansias de innovar permanentemente; a otros sin embargo, hay que animarles a que modifiquen su rutina técnica. Y creo que todos buscan una especie de espejo donde encontrar una imagen propia como coordinadores.

Está el profesional que ha aprendido en una de las pocas Escuelas de Formación que existen en nuestro país. Este profesional ha realizado, o la está haciendo, la formación como coordinador y /o terapeuta grupal: los cursos, la terapia personal, la experiencia grupal como integrante. Es el profesional mejor capacitado y al que le corresponde un cierto liderazgo en la puesta en marcha del proyecto grupal. Conforma el grupo de los futuros investigadores de lo grupal.

Este profesional, en teoría, es el que se encuentra en mejor posición para evaluar su necesidad de apoyo.

Otro tipo de profesional es el que está formado en terapia individual y decide acercarse al trabajo con grupos. Y lo realiza bien. Este profesional, tarde o temprano, se tendrá que enfrentar a modificaciones en su ECRO pues irá percibiendo que para proseguir en su tarea, para observar e investigar, necesita conceptos y teorizaciones específicas de lo grupal. Enfrenta la supervisión con mucha cautela no exenta de desconfianza.

El tercer tipo de profesional carece de formación en psicoterapia. A veces ha realizado una terapia personal, otras veces no. Se apoya, en el trabajo con grupos, en su ideología comunitaria y en sus habilidades sociales personales. Se considera autodidacta y desea mantener una relativa independencia respecto a las distintas Escuelas de Psicoterapia. Su interés e ilusión resulta renovado en la supervisión. La suele aprovechar bien.

Un cuarto tipo es el profesional que no se forma en grupo, que tampoco supervisa; más pronto que tarde, abandona la tarea ya que carece de instrumentos para poder observar el grupo, sus matices y hechos relevantes. Acabará aburriéndose al no poder hacerse preguntas. Dentro de este tipo está el profesional demasiado carenciado. No sólo de formación y de habilidades, también de simpatía por el grupo (y sin embargo lo coordina). Requiere urgentemente una confrontación con él mismo, con lo que busca.

Esta abundante heterogeneidad se combina con los estilos personales y peculiares resistencias así como con dificultades concretas y objetivas.

Resistencias y dificultades en el supervisando

La principal resistencia es la resistencia a ser mandado (6). Se trata de una extrema sensibilidad ante la autoridad y miedo a sentir sometimiento al supervisor:

“Seguramente jamás hubiese supervisado mi trabajo si no me hubiera ocupado de atender y resolver la demanda de un Centro de Salud Mental, y digo esto porque después de terminar en la Escuela de Asistentes Sociales y empezar a trabajar y llevar años de trabajo, uno no sabe para qué puede servir la supervisión. Yo creo que esto se explica por la primera y a veces única experiencia que uno tiene de la supervisión que es en la Escuela. Así la supervisión queda ligada a una situación de supeditación, de desamparo que uno entierra y olvida en el sótano” (7).

Por eso la demanda de supervisión debe contener cierta dosis de libertad y voluntariedad: “Las mejores supervisiones son las que se dan fuera de situaciones reglamentarias, en donde las personas van libremente, con sujetos de mayor experiencia, en una relación de iguales, aunque esa persona, supervisor, tenga más experiencia…” (8).

La segunda resistencia es a la propia tarea y al propio espacio de la supervisión. El supervisando se acerca a la supervisión con las cosas demasiado organizadas, encuadradas y el grupo ya comenzado. El supervisor se esfuerza buscando maneras de ser útil, a veces con poco éxito ¿Por qué no acabar de matizar el proyecto en la supervisión?

Otras veces hay excesiva racionalización: “… las discusiones centradas en la teoría… pueden convertirse en una estratagema de resistencia y evasión por parte del supervisado” (9).

Las dificultades en el trabajo en equipo pueden constituir otro tipo de resistencia: “… a veces, el mantenimiento de la supervisión más allá de un tiempo prudencial (lógico y psicológico) puede interpretarse como una resistencia a la integración en el equipo. Suelen darse situaciones en que cada profesional tiene un supervisor (fuera de la institución) y en el equipo existen importantes obstáculos para poner en común y compartir la tarea cotidiana. En estos casos conviene que el supervisor, una vez evaluado el problema, marque un final al encuadre de una manera similar a lo planteado por Freud sobre la terminación del análisis” (10).

También podemos poner en este apartado una situación bastante frecuente que es cuando el supervisando trabaja con otro colega en la coordinación del grupo pero se presenta sólo en la supervisión. La pregunta por esta ausencia nos suele remitir más al funcionamiento institucional que al grupal.

También hay que considerar las dificultades objetivas. Una es la económica. En algunos ámbitos, el profesional de salud mental tiene una baja remuneración y la institución no se hace cargo, total o parcialmente, de subvencionar esta actividad.

Otra dificultad, esta vez geográfica, está en la elección del supervisor/a. Según donde uno viva y donde se mueva, a veces no resulta fácil tener en cuenta elementos importantes en esta elección como pueden ser las afinidades, transferencias, edad, sexo, estilo,…

El supervisor

Es un rol complejo y delicado. Como hemos dicho, cabalga entre ser asesor y ser psicoterapeuta. Se requiere una buena dosis de honestidad con los conocimientos, experiencia y posibilidades de ayudar al otro:

Grinberg refiere que si un supervisor centra mucho su atención en el material del paciente, señalando el cómo abordarlo, podrá favorecer el aprendizaje por imitación del candidato y no el desarrollo de su propio estilo terapéutico. Así mismo, si se detiene más en las reacciones de supervisado (contratransferencia), puede invadir el análisis personal” (11).

El supervisor tiene que estar vigilante ante sus propias tendencias de dominio y control: “La terapia psicoanalítica le es también útil al supervisor: elimina, o al menos reduce al mínimo, las tendencias egotistas, autoafirmativas y sádicas que, aunque sean rasgos universales, inevitablemente se tornan más probables cuando debe asumirse el rol de supervisorUn hecho importante que el supervisor debe tener siempre en cuenta es el de que cualquier daño que le provoque a su discípulo se trasladará, según toda probabilidad, a los pacientes y al grupo. En particular el resentimiento y la ira pueden actuarse inconscientemente contra el grupo” (9).

El supervisor puede ser visto como modelo por el supervisando. Es importante no acrecentar esta posibilidad:

“… en lugar de expresar opiniones o críticas, tratará de promover las reacciones del supervisado ante los desarrollos particulares y generales que se hayan producido en el grupo y en la sesión que específicamente se consideran. Este procedimiento no sólo sensibiliza al terapeuta con respecto a su trabajo y profundiza su comprensión, sino que lo prepara también para la autocrítica y el insight que son necesarios para poder trabajar en forma independiente” (9).

Como supervisores aportamos ideas y sugerencias. Tendríamos que pedir al supervisando que intente olvidarlas cuando se encuentre en sesión ante el grupo:

“Es tan primordial el establecimiento de una relación con las características expuestas, que deberíamos dejar en un segundo plano el transmitir a nuestros supervisados todo lo concerniente a técnicas o “recetas” a utilizar. Lo realmente importante es ayudarles desde la calidez en el espacio de supervisión, a desarrollar destrezas que tienen que ver con su manera de enfrentarse al trabajo; desde las relaciones humanas, el análisis de las situaciones y la eficacia para llevar a cabo la acción planificada” (12).

El supervisor conviene que posea un pensamiento (ECRO) amplio para que le permita articular lo clínico con lo institucional y que le permita acercarse a la interacción compleja que se da entre el paciente con su grupo y el profesional con su equipo. Y reconocer hasta dónde puede llegar su comprensión. A veces, el asesoramiento demandado le supera.

Finalmente, el supervisor debe tener arte y tacto suficiente para señalar conflictos o errores graves en la práctica del supervisando. Este asunto se hace más complicado cuando se trata de una supervisión institucional, donde intervienen demasiados actores y demandas y donde el supervisor mantiene distintos contratos (con quien le paga y con quien supervisa).

La supervisión en grupo

Quizás fue Balint uno de los iniciadores de esta modalidad de supervisión: “Una vez por semana, de ocho a diez médicos se reúnen bajo la dirección de un líder psicoanalítico, cuyo trabajo de formación es remunerado, que garantiza el funcionamiento del grupo, el cual tiene como objetivo elucidar un caso de la práctica cotidiana actual de uno de sus miembros. Sin recurrir a cuadernos ni a notas, uno de los médicos expone la historia del tratamiento con un paciente y las dificultades halladas. Sus colegas tratan de hallar con él “soluciones”, ayudando a entender las razones del bloqueo acaecido en su relación con este paciente que le han impedido ser un médico eficiente. Con el fin de aclarar lo que está ocurriendo entre este médico y ese paciente, cada uno da su opinión, aporta sus impresiones, hace preguntas… En el origen de estos grupos se encuentran las primeras experiencias de control analítico de la Asociación Húngara, que habían dado a las nociones de transferencia y contratransferencia sobre todo, un alcance decisivo para la comprensión del progreso psicoanalítico…. Estos grupos tienen una finalidad implícita: el cambio de personalidad del médico en su trabajo, dicho de otra manera, en “la zona de su Yo profesional”, que algunos traducen por una “recontracción” más general de la personalidad. En este punto, este grupo cumple, a mi modo de ver, una función psicoterapéutica, incluso si el proceso sólo tiene como objetivo el obtener “un cambio limitado aunque considerable de la personalidad del médico”, aunque numerosos usuarios de estos grupos le nieguen esta función. Sin duda, muchos hacen como si no lo vieran. O temen verlo y prefieren permanecer no ya en la frontera del preconsciente, sino en el consciente y lo fáctico” (13).

El aprendizaje que se obtiene en una supervisión colectiva es mayor que en una supervisión individual. Son más aspectos los que están sujetos a revisión.

La complejidad de la supervisión en grupo aumenta cuando las temáticas a trabajar son muy heterogéneas, por ejemplo, profesionales dedicados a la gestión junto a profesionales dedicados a tareas clínicas.

La dificultad se acrecienta cuando la supervisión es de un equipo concreto (con su responsable, incluido o no).

La supervisión colectiva, al ser más difícil, requiere bastante más tiempo, mayor duración, en la sesión y en el número de éstas.

Otros espacios que abren nuevos caminos

Pero no todo se resuelve con la supervisión. No podemos depositar en esa actividad todos nuestros interrogantes y dificultades.

Debemos redescubrir y operativizar espacios existentes dentro de la institución. A veces la discusión clínica en el equipo sobre un caso, que además suele ser compartido con otros colegas, produce un efecto de supervisión ya que se da una triangulación. El trabajo en subequipo, la creación de un Espacio Grupal (14), la interacción con los observadores que vienen a aprender junto a nosotros, el café de media mañana, el constatar cómo el grupo terapéutico de pacientes tiene un funcionamiento mejor que el del propio equipo, una crisis personal de algún compañero que cobra significación emergente, etc., etc. Son múltiples las situaciones cotidianas en nuestro trabajo que nos pueden ayudar a pensar. Tan sólo hay que despojarlas del manto de impostura que a veces las cubre y que haya alguien que las sepa capturar.

La supervisión, así como estos otros espacios y situaciones de trabajo en equipo, impulsa en nosotros valores y actitudes tendentes a mejorar nuestro rol y aumentar nuestra profesionalidad. Así como buscamos potenciar la responsabilidad del paciente en sus conflictos y enfermedades y le estimulamos a que pase de la pasividad a la actividad en su inserción grupal y social, así también nosotros nos tenemos que aplicar la misma receta.

 BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

  • (1) Redondo,M.: Acerca de la supervisión: Entrevista al Dr. Carlos Sopena.

Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatria. Nº 0. Enero/Abril, 1981.

  • (2) Grinberg, L.: La supervisión psicoanalítica. Teoría y práctica. Tecnipublicaciones. Madrid, 1986.
  • (3) Puig, C.: La supervisión en la intervención social. Un instrumento para la calidad de los Servicios y el bienestar de los profesionales. Tesis Doctoral. Univ. Rovira i Virgili. Tarragona, 2009.
  • (4) Yalom, I.D.: Teoría y práctica de la psicoterapia de grupo.   F.C.E. México, 1986.
  • (5) Han, Byung-Chul: La sociedad del cansancio. Barcelona, 2012.
  • (6) Foulkes,S.H.: Psicoterapia Grupo-Analítica. Método y principios. Gedisa. Barcelona, 1981.
  • (7) Hernandez, C.: Reflexiones sobre supervisión. Dossier La supervisión. Revista Eslabón, nº 21, abril-junio 1993.
  • (8) Ramirez,I.: Una opinión de la supervisión desde fuera de la profesión. Entrevista a Juan Carlos Crowley. Dossier La supervisión. Op.cit.
  • (9) Slavson, S.R.: Tratado de psicoterapia grupal analítica. Paidos. Buenos Aires, 1976.
  • (10) Irazábal, E.: La supervisión de practicas grupales. Dossier La Supervision. Op.cit.
  • (11) Oróstegui, P. A.: Análisis didáctico y supervisión. Revista Psicoanálisis XX nº 2, 2008.
  • (12) Narbona, F.: La relación en el proceso de supervisión. Dossier La supervisión. Op.cit.
  • (13) Moreau Ricard, M.: Michael Balint. El nuevo comienzo de la Escuela de Budapest. Sintesis. Madrid, 2003.
  • (14) Irazábal, E.: Aprender a pensar (grupalmente). Notas sobre el grupo operativo en España. En: Salud mental y terapia grupal. A. Ceverino (coord..). Grupo 5. Madrid, 2014.
  • (15) Bauleo, A.: La supervisión institucional. En: Clínica grupal, clínica institucional. De Brasi, M. y Bauleo, A. Atuel. Buenos Aires, 1990.
  • (16) De Brasi, M.: Supervisión con los equipos de salud mental (Algunas reflexiones sobre la supervisión institucional). Revista Area3, nº especial Congreso, febrero 2006.
  • (17) Saidón, O.: Supervisión y formación en Instituciones Públicas. Boletín del CIR nº 5, noviembre 1985.
  • (18) Coimbra Cecilia Ma. B.: La supervisión institucional como intervención socioanalítica. Boletin del CIR nº 11, diciembre 1987
  • (19) Fischetti, R.: Formazione e supervisione. Revista Area3 (en este mismo número)
  • (20) Montecchi, L.: El equipo de trabajo y el trabajo del equipo. Revista Area3 nº 16, invierno 2012.
  • (21) Pezo del Pino, M. A.: La acogida grupal en una clínica universitaria. Revista Area3, nº 11, primavera 2007.
  • (22) Campuzano, M.: La supervisión clínica del grupo. Análisis interaccional en AMPAG. Revista Subjetividad y cultura, nº 13, 1999.
  • (23) Sánchez-Escárcega, J.: La supervisión psicoanalítica y las profesiones “imposibles” del psicoanálisis. Revista Subjetividad y cultura, nº 23, abril 2005.
  • (24) Langer, M.: Conciencia en la supervisión clínica. Revista Neurología, Neurocirugía, Psiquiatría, nº 19, 1978.
  • (25) Arambilet, B. y Lebrón, V.: El mural y la palabra. Revista Area3, nº 16, invierno 2012.

[1] Articulo basado en la ponencia presentada en las III Jornadas de Trabajo Grupal en Salud Mental (Madrid, 2015)

[2] Emilio Irazábal es psicólogo clínico. Madrid

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